Enrique Peña Nieto tiene un problema serio: nadie cree que El Chapo se fugó. O que se haya ido sin la complicidad de sus aliados en el gobierno. Amo y señor del Altiplano, el penal en que habitó año y medio, andaba a sus anchas. Pero cuando sintió el amago de la muerte, la hipótesis del asesinato, y el riesgo de la extradición, decidió huir. O salir por la puerta grande.
Se fue con la ayuda del narcosistema que lo encumbró, protegido por sus socios con poder, pues al paso de las horas y los días se fortalece la versión de que Joaquín Guzmán Loera tuvo ayuda de primer nivel para escapar.
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El Chapo, libre o muerto
Enfurecidos, agentes de la DEA perciben “narcocorrupción” en la fuga de El Chapo Guzmán. Y así es. No se construye un túnel de 1.5 kilómetros sin logística e ingeniería, salvando obstáculos, drenajes, líneas de agua y mantos freáticos, hasta dar justamente con el área de regaderas donde se vería por última vez al líder del Cártel de Sinaloa.
Tramaron la huida sus cómplices, dentro y fuera del cártel, los de la mafia y los del gobierno, los de antes, panistas, foxistas y calderonistas, y los de ahora, peñanietistas, que en conjunto lo han librado dos veces de la cárcel y lo han encumbrado a lo que es: el narco más buscado, una vez más, del mundo.