* Los mártires de Tlatelolco y su legado democrático *Los anarquistas de hoy, pagados para desacreditar * Duarte y el magisterio, duelo a muerte * Le sitian Xalapa al gobernador * El empresario inmobiliario y sus transas * Con J de Jaime y Q de Quintanilla * El PANAL ya perfila candidatos * Gamboa Pascoe presidirá congreso de CTM en Veracruz
Año con año, el 2 de octubre camina en dos sentidos: el que conduce al recuerdo de la masacre estudiantil que marcó al México de hoy, y el de la violencia artificial, desatada por los grupos anarquistas, criminales sin rostro que marchan sin reivindicar nada, destruyendo, robando, asaltando para enlodar la memoria de un episodio nacional que abrió nuevos cauces de expresión social.
Evoca el clímax del conflicto estudiantil con el régimen autoritario, el gobierno fascistoide y represor de Gustavo Díaz Ordaz, un gorila con poder y mente criminal que aplastó la protesta, la exigencia de respeto a la autonomía universitaria, la demanda de libertad a presos políticos y la apertura democrática con el recurso de las armas.
Corría el año de 1968. México replicaba la agitación estudiantil mundial, el andar de los universitarios franceses, la hora de los jóvenes, la solidaridad del magisterio, los médicos golpeados y encarcelados por exigir respeto a sus derechos laborales, y con ellos la izquierda clandestina y el activismo social.
Aquel movimiento estudiantil arrancó con una gresca. Jóvenes de las vocacionales 2 y 5 se enfrentaron a miembros de la preparatoria particular Isaac Ochoterena. Aquella agresión mutua provocó la intervención del cuerpo de granaderos del DF que terminaron allanado las instalaciones universitarias.
Celosos de su autonomía, los estudiantes exigieron el cese de los jefes policíacos y la desaparición del cuerpo de granaderos de la policía capitalina. A esa demanda sumarían otras: la libertad de los presos políticos confinados en Lecumberri por el delito de disolución social, entre ellos los líderes ferrocarrileros Demetrio Vallejo y Valentín Campa; elevar el nivel educativo y la calidad de la educación universitaria; abrir cauces a la democracia y acabar con las prácticas fraudulentas del PRI; apertura en los medios de comunicación, y la desacralización del presidente, convertido en un monarca sexenal. ¿Se parece en algo al México de hoy?
Habría de sacudirse el país desde aquel 22 de julio, cuando ocurrió la gresca estudiantil y la intervención de los granaderos, hasta el 2 de octubre al ser aplastado el movimiento por la mano gangsteril de Díaz Ordaz.
Se sucedían huelgas, universidades en paro en provincia, la adhesión de catedráticos, entre ellos un símbolo de la lucha social, Heberto Castillo, que a la postre iría a la cárcel, el campesinado; Eli de Gortari, tío de quien a la postre sería presidente de México, Carlos Salinas de Gortari; los obreros, organizaciones agrarias y miles de activistas sociales que exigían el cese del Estado autoritario y el fin del presidencialismo déspota.
A diario salían los jóvenes a las calles y a diario recibían palizas de la policía. Llevaban la represión en la piel, tundidos a culatazos, a patadas siniestras, y muchos de ellos paraban en las mazmorras de las delegaciones por el solo hecho de ejercer su derecho a la protesta.
Tenía México los ojos del mundo encima. Sede de los Juegos Olímpicos, que iniciarían el 12 de octubre, el país vivía días negros y teñidos de sangre. Díaz Ordaz acusaba un complot internacional que sólo su mente enferma podía concebir. Finalmente, acicateado por los grupos radicales, reprimió brutalmente a los estudiantes.
2 de Octubre no se Olvida, dice la arenga 45 años después. Aquella tarde, en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, se habían concentrado de miles de estudiantes. Fallido el intento de disuadirlos, amenazados de sufrir la acción policíaca con el absurdo argumento de que ese mitin no estaba autorizado —¿autorizado?—, los jóvenes persistieron en su encomienda sin advertir la trampa.
Instalados en el edificio Chihuahua, los líderes del Comité Nacional de Huelga enumeraban sus demandas, escuchados desde el piso superior por agentes del gobierno infiltrados, vestidos de civil, con el guante blanco que distinguía al Batallón Olimpia, un grupo criminal integrado por elementos del Estado Mayor Presidencial, guardias presidenciales y de la Dirección Federal de Seguridad, entonces a cargo del veracruzano Fernando Gutiérrez Barrios.
Una bengala lanzada desde la Torre de Tlatelolco iniciaba la masacre. Volaron dos helicóptero sobre la Plaza de la Tres Culturas. Transcurrirían unos minutos para el ataque. Desde el edificio Chihuahua, el Batallón Olimpia inició los disparos. Unos alcanzaron a elementos del Ejército que custodiaban la Secretaría de Relaciones Exteriores y que se acercaban a la masa estudiantil; otros proyectiles dieron en la humanidad de los asistentes al mitin.
Por horas reinó el caos. Todo mundo se protegía. Unos buscaron refugio en los departamentos. De ahí fueron sacados a rastras, golpeados, acribillados. Oficialmente fueron 20 muertos. Versiones de periodistas nacionales y extranjeros revelaban que la cifra era entre 200 y 300 y un número escandaloso de heridos y detenidos, unos confinados a la cárcel de Lecumberri, otros al Campo Militar No. 1, sin se que se les remitiera a las agencias del Ministerio Público. Muchos nunca aparecieron, pues los cuerpos eran recogidos por el Departamento de Bomberos, trepados sin vida en camiones de basura, para nunca más volver a saber de su existencia. Hay quien escribió que murieron más de mil 500.
Raúl Álvarez Garín, Eduardo Valle, Félix Hernández Gamundi, fueron algunos de los líderes detenidos. Otros, como Marcelino Perelló, reaccionaron y condenaron en ruedas de prensa la brutalidad del régimen diazordacista.
Poco informaba la prensa. Los nacionales eran amedrentados en sus redacciones, sometidos los directivos y más los dueños por el control oficial. A los corresponsales extranjeros, el gobierno los hostigaba, mientras en Europa se realizaban movilizaciones de repudio al presidente criminal.
Aquella gesta, aquellos mártires, aquel episodio marcó a México y a los mexicanos. Monolítico, soberbio, el régimen priísta sería forzado a abrirse a la democracia, a entregar espacios de poder, a ceder el control del Congreso, a respetar el voto de castigo, gubernaturas y alcaldías en manos de la oposición.
De ahí la trascendencia del 2 de Octubre, vivo el recuerdo de aquellos jóvenes —hoy ancianos y algunos que ya se han ido— que con sus ideas, con sus ideales, con sus demandas genuinas, con su lucha por la libertad de los presos políticos y la derogación del delito de disolución social, usado por el gobierno para encarcelar a los enemigos; con su valor para enfrentar a un régimen criminal, abrieron los espacios de expresión y manifestación pública que hoy pueden gozar los mexicanos.
“2 de Octubre no se Olvida”, gritan en las calles los estudiantes de aquel 68, en el DF, en las capitales estatales, en recuerdo de los que murieron y su gesta, el parteaguas del México moderno, una revolución sin armas que modificó la relación gobierno-sociedad y que dejó fuera de Los Pinos al PRI por doce años, marcado su regreso por el fraude y por el repudio social. Eso se lo debemos a los jóvenes del 2 de octubre.
En la otra vía, también en las calles, hoy está la infiltración de los anarquistas. Sin rostro, embozados, cobardes, nada tienen que hacer el 2 de octubre como no sea generar el caos. Agreden a la policía, allanan negocios, rompen cristales, lanzan petardos, bombas molotov.
Pelafustanes pagados, los mal llamados anarquistas —Flores Magón lo fue, pero sin agresión alguna, con ideas, honesto, comprometido con la sociedad, reprimido, perseguido y exiliado— sólo sirven para enlodar el recuerdo de la tarde-noche de Tlatelolco, trágica pero histórica.
2 de octubre no se olvida, pero sí se enloda. Emisarios de la violencia, año con año enturbian el recuerdo dramático del movimiento estudiantil del 68. A eso los envían. Vándalos, ellos sí, dan la imagen del caos, violadas las leyes, el ataque impune a los cuerpos policíacos, convertidos en desmitificadores del episodio de Tlatelolco. Esa es su misión.
2 de octubre sí se enloda. Pero no se olvida.
Archivo muerto
Será por iluso o por imprudente, o por un iluso imprudente, pero el gobernador Javier Duarte de Ochoa ha de recordar aquel día en que dijo que el movimiento magisterial en Veracruz no prendía. De entonces para acá, Xalapa es un caos, Plaza Lerdo está en manos de sus adversarios; marchan a diario por la avenida Lázaro Cárdenas; los normalistas, los padres de familia, los estudiantes de secundaria, los telebachilleres, todos están en pie de guerra. Xalapa, la capital del territorio jarocho, fue sitiada el martes, bloqueados sus accesos y las líneas de autobuses tuvieron que cancelar corridas. Se movilizan los maestros en Veracruz, Orizaba, Coatzacoalcos, Minatitlán, Las Choapas, con su argumento irrefutable: la reforma educativa no es educativa, es laboral. Marcha el magisterio rebelde reclamando sus derechos y también mentándole la madre a sus líderes del SNTE, gusanos vendidos y sumisos al servicio del régimen de Peña Nieto y del proyecto que privatiza la educación. Javier Duarte ya ensayó la opción del garrote, de los bastones eléctricos, de la agresión artera en Plaza Lerdo, y lo único que vio fue crecer la revuelta magisterial. Quiere ahora que los maestros se enfrenten a los maestros; que los padres de familia echen a los paristas. O sea, la solución de fuerza, pero enviando a sus emisarios a que se llenen de lodo, mientras él se perfuma las manos. Está dicho: Javier Duarte no sirve para las grandes empresas políticas… Vive metido en líos judiciales, señalado de despojo, falsificación de sentencias, denuncias por fraude, cobro de indemnizaciones por tierras que no son suyas y un rosario de ilícitos más. Es un adalid del delito. Pronto será portada en una conocida revista nacional, su fama circulando de estanquillo en estanquillo, sus jugarretas legales a detalle. Pseudoempresario inmobiliario, lo más que lo tienta es el juego de la especulación, cuentachiles que compra a 5 y vende a 10, sobre todo las casas y terrenos ajenos. Una pista: sus iniciales son J de Jaime y Q de Quintanilla. ¿Algo más?… Presuroso, el Partido Nueva Alianza se apresta a iniciar el juego de la diputación. En el distrito 11, el distrito de Coatzacoalcos, contempla dos cartas: Víctor Márquez Fernández y José Manuel Villegas Pérez, integrantes de Alianza por Coatzacoalcos y operadores que obtienen votos sin que medio dinero, sólo por la lealtad de su gente en colonias y congregaciones. Inicia pronto el PANAL, como en su momento lo hizo Joaquín Caballero Rosiñol, primero diputado federal y ahora alcalde electo de Coatzacoalcos. La fórmula es el posicionamiento de imagen y las ganas de enfrentar a priístas que son más de lo mismo… Presidirá Joaquín Gamboa Pascoe el congreso de la CTM en que será reelecto Enrique Ramos como líder en Veracruz. Será en el World Trade Center de Boca del Río, este sábado 5. Hoy viernes se realiza el consejo estatal, donde definirán qué centrales cetemistas regionales ocuparán las carteras del comité veracruzano. Por Coatzacoalcos asiste Carlos Manuel Vasconcelos Guevara, cuya CTM, con 106 organizaciones con toma de nota, es la más numerosa de Veracruz…
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