Mónica Robles es el oportunismo encarnado; fue cuauhtemista y obradorista, priista, fidelista y duartista; así alcanzó la diputación local, pregonando que el mejor partido era el PRI
No da una Mónica Robles de Hillman. Apostó por Marcelo Ebrard, luego se subió al carro de Adán Augusto López Hernández y la ganadora fue Claudia Sheinbaum Pardo.
A todo le tira Mónica Robles, hija del succionador mayor, José Pablo Robles Martínez, dueño de Diario del Istmo, alias el periodiquito de colores, cada vez más desteñido, raquítico, menos páginas, cero lectores y nula influencia.
Muy sonriente, la morenista Robles de Hillman posó un día la foto con el ex canciller Marcelo Ebrard en Veracruz, y con ellos la alcaldesa panista, Patricia Lobeira de Yunes Márquez. Creía que inscribiéndose en el proyecto de Ebrard le alcanzaría para amarrar la Senaduría por Veracruz.
Su segunda opción fue Adán Augusto López Hernández, ex secretario de Gobernación y amigo del tepetitaneco, Andrés Manuel López Obrador, con el que fue captada en la gira del Conde Contar en Coatzacoalcos.
Pues ni uno ni el otro. Ambos se quedaron con las ganas de obtener la candidatura a la Presidencia de México. A la única que no se le pegó Mónica Robles, fue a Claudia Sheinbaum, la que a final venció.
Mónica Robles es el oportunismo encarnado. Mientras su familia estuvo pegada al PRD, fue cuauhtemista y obradorista; cuando su marido, Iván Hillman Chapoy, fue alcalde, fue priista, fidelista y duartista; así alcanzó la diputación local, enfundada en su camiseta del PRI-Partido Verde, pregonando que el mejor partido era el PRI.
Y al ver el avance de Morena, subió al trapecio y dio el salto vulgar. Por la vía plurinominal y con la casaca guinda se volvió Morena de corazón.
Pero hoy se quedó con las dos tortas en la mano, la de Ebrard y la de Adán. Y el banquete al que no acudió fue al de Claudia Sheinbaum.
Los Robles y el alcalde Amado Cruz Malpica, el nuevo peón del Clan de la Succión, no la vieron venir.
Hay brújulas en oferta. Sin ellas, doña Mónica está perdida.
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