Ahí, donde el laberinto mental se le azolva, le fluyen a Andrés Manuel ideas absurdas, la de los “abrazos, no balazos”, la del general extorsionador, la de los militares-albañiles, la liberación de Ovidio y ahora una peor, la del cuidador de criminales.
Los narcos, según su lógica, son buenos. Tienen derechos humanos. Son buenos por naturaleza, pregona el presidente. Y esos narcos y otros delincuentes tienen quien ve por ellos. López Obrador es su santo patrón. Es el nuevo Malverde que los preserva de la ley.
No importa que asesinen, torturen, descuarticen o disuelvan en ácido a sus víctimas, o hayan hecho de México una fosa monumental, un camposanto clandestino. El presidente los cuida.
No importa si levantan inocentes o culpables, ciudadanos sin mancha o miembros de otros cárteles, o simples narcomenudistas, o chapulines que venden por la libre. Andrés Manuel los cuida como no lo haría ni Jesús Malverde, el “santo” de los narcotraficantes.
Puede un sicario rastrear a su presa, cercarla, aguardar el momento, vaciarle el arma, asestarle el tiro de gracia, y López Obrador los ha de cuidar.
Tres mujeres, 14 niños, todos de la familia Le Baron, circulando por una carretera en Bavispe, Sonora, sintieron la ráfaga. Y luego las llamas. Murieron las tres damas y seis menores. Los quemaron vivos. Fueron los narcos “buenos por naturaleza” que el presidente dice cuidar.
Santiago tenía un año de edad. Su padre lo cubrió con su cuerpo, pero no impidió que las balas alcanzaran al menor. Ambos murieron. Se hallaban en un convivio, en Viernes Santo, en Minatitlán, cuando un comando de sicarios “buenos” irrumpió en el lugar, lanzando el ataque, cercenando la vida de 13 personas. Malverde López Obrador ha de cuidarle los derechos humanos a tan distinguidos matones.
Apostados sobre una pared, las manos en la nuca, 11 integrantes de la banda rival escucharon la sentencia mortal. Y de ahí, la descarga. Fusilados, sus cuerpos cayeron. Sus restos fueron subidos a los vehículos de sus captores mientras la sangre era lavada. San José de Gracia, Michoacán, se sacudió y sacudió a México. Fue una masacre entre grupos antagónicos, “buenos”, con derechos humanos a los que Andrés Manuel dice cuidar.
Ocho “buenos”, con toda la saña, arrojaron gasolina sobre una cajera, algunos clientes y meseros. Y así inició el fuego en el teiboldans Caballo Blanco, en Coatzacoalcos. Ardía el estrecho acceso al lugar mientras las salidas de emergencia se hallaban bloqueadas, sin que en años se hubiera realizado alguna revisión oficial. Hubo responsabilidad criminal de Protección Civil en el gobierno morenista municipal. Asfixiadas por el humo, 30 víctimas quedaron tendidas: bailarinas, meseros, clientes, dos de ellos de nacionalidad filipina, así como la cajera, hija de la dueña del negocio. Aprehendieron a maleantes de poca monta a los que no se les ha probado responsabilidad. Y a los verdaderos malosos, Andrés Manuel Malverde los debe cuidar.
Reynosa vivió una jornada de horror con el paso demencial de integrantes de bandas, disparando a diestra y siniestra, segándole la vida a obreros, empleados, estudiantes, hombres, mujeres, jóvenes, más de una decena de víctimas. No fue ataque entre malosos. Fue un acto terrorista contra inocentes. A esas bestias, como tienen derechos humanos aunque vulneren los derechos humanos de los demás, los ha de cuidar López Obrador.
Zacatecas es la entidad más violenta de México. Su expresión más brutal son los colgados en los puentes, los embolsados a pie de carretera, los desmembrados y aquellos que aparecieron bajo el árbol de Navidad, frente al palacio de gobierno. Los autores de ese horror pueden estar tranquilos. Malverde de Macuspana los protegerá.
Y así Colima, Michoacán, Guanajuato, Sinaloa, Sonora, Morelos, Veracruz, donde los “buenos por naturaleza” han potenciado la violencia, derramado sangre, enlutado hogares.
Ahí no manda el poder público. Los gobernadores son floreros. Mandan los criminales. Se apropian de territorios, de rutas para el trasiego, despojan a la gente de casas, ranchos, animales, negocios; cooptan policías, imponen alcaldes, controlan congresos y tienen de su lado al aparato judicial. Y cuando violan la ley, que es siempre, se gozan en la ilegalidad. Saben que Malverde López Obrador les garantiza la salvación.
Al nuevo Malverde se le acumulan los muertos. Van 36 periodistas asesinados en 42 meses de gobierno, apenas tres y medio años de esta superchería llamada Cuarta Transformación, un eslogan engañabrutos que ha mantenido la inseguridad hasta sumar más de 120 mil muertos.
Van otros 102 activistas sociales asesinados. Uno de ellos, Samir Flores Soberanes, fue traicionado por López Obrador. Al luchador social, campesino náhuatl, cuya lucha se difundía en una radio comunitaria, Radio Amilitzinko, en Morelos, lo usó Andrés Manuel en campaña. Lo movió para obtener votos. Hizo suya la lucha contra la termoeléctrica de la Comisión Federal de Electricidad en la Huexca y exaltó el derecho de las comunidades indígenas a preservar ese bien público.
Una vez en la Presidencia, se arrancó la careta, fue a Morelos con un discurso agresivo, muy neoliberal. Y les vomitó su desprecio: “Escuchen radicales de izquierda que para mí no son más que conservadores”, dijo el 10 de febrero de 2019. Diez días después, Samir Flores fue asesinado. Hasta hoy, los asesinos de Samir gozan de impunidad, sabiendo quién los ha de cuidar.
La afinidad de Andrés Manuel no es con la ley sino con los que transgreden la ley.
La afinidad de López Obrador no es con el Ejército sino con los que vejan al Ejército.
La afinidad del presidente no es con el orden legal sino con los que atropellan el orden legal.
Es el nuevo Malverde, santo patrón del pinche matón.
Ovidio Guzmán López fue aprehendido en Culiacán. Fue un operativo entre el Ejército y la agencia antidroga de Estados Unidos (DEA). En México no había orden de captura, pero existía un pedimento de extradición.
Aprehendido, el hijo de Joaquín El Chapo Guzmán Loera se convertía en un golpe demoledor para la causa obradorista. Sin una confrontación mayor, en una operación limpia, la captura acreditaría que la guerra contra los cárteles había sido un error. La inteligencia militar consumó un objetivo.
Y de pronto, la capitulación. Ovidio fue liberado por orden de López Obrador. La coartada fue el supuesto baño de sangre que realizaría el Cártel de Sinaloa y la ejecución de familiares de militares. López Obrador incurrió en un delito: evasión de reos.
La connivencia entre Andrés Manuel y el narco no es chisme de pasillo. Se ve en los hechos. Y ahora lo admite López Obrador.
La mañana del jueves 12 de mayo, justificó la corretiza que le pegaron los narcos al Ejército Mexicano, en Nueva Italia, Michoacán. Un video mostró la persecución.
“Cuidamos a los elementos de las Fuerzas Armadas, de la Defensa, de la Guardia Nacional, pero también cuidamos a los integrantes de las bandas. Son seres humanos. Esta es una política distinta, completamente distinta”, dijo Malverde López Obrador.
No fue un desliz. No fue un lapsus. Al día siguiente, el viernes 13, lo reiteró: “No fue un desliz, no. Fíjense que así pienso”.
Y el lunes 16 refrendó: “Son dos posturas distintas. Existen los que quieren resolver todo con la violencia, el ‘mátalos en caliente’, ‘quémalos con leña verde en el Zócalo’, y quienes pensamos que la paz es el fruto de la justicia y que los seres humanos no somos malos por naturaleza, que son las circunstancias las que llevan a algunos a tomar el camino de las conductas antisociales”.
Para esas bestias, indulgencia e impunidad, disimulo y complicidad, como buen cuidador.
Su pecho no es bodega, suele decir López Obrador. Su mente igual. Es un laberinto azolvado donde fluyen absurdos y ocurrencias. Y las dice, las vocifera. Son las líneas por donde llevó al abismo la estrategia contra la violencia y la inseguridad.
Una de ellas fue el “perdón y olvido” que pregonó siendo presidente electo, con la que intentó amordazar a familiares de desaparecidos. Ni perdón ni olvido, le respondieron con dignidad.
Otra, los “abrazos, no balazos” que mantienen al Ejército a la defensiva, replegados, observando cómo el narco avanza, se entroniza, se adueña no sólo de las rutas del trasiego sino del poder.
Faltaba escucharlo decir otra sandez. Así como cuida a los militares, atándolos de manos, también cuida de los integrantes de las bandas porque ellos también tienen derechos humanos.
No puede cuidar al pueblo pero lo suyo es cuidar a los criminales.
Archivo muerto
Tenían al chivo expiatorio del crimen Mollinedo-García y se les cayó. Se gozaba Cuitláhuac García en la aprehensión del “Mara”, supuesto asesino de las periodistas Yessenia Mollinedo Falconi y Sheila Johana García Olivera; se jactaba de la efectividad de la Fiscalía de Veracruz; se pavoneaba por la captura, ocho días después de la ejecución. Y la verdad lo aplastó. Difundieron las fotografías de Antonio de Jesús Hernández, sus ojos difuminados, esposado, junto a dos agentes de la Coordinación Nacional Antisecuestro. Lo exhibieron y lo agraviaron. Joven estudiante, Antonio de Jesús radica en Xalapa. Estudia en el Tecnológico de Xalapa y se ayuda económicamente como repartidor de alimentos. Agentes arbitrarios, elementos inútiles, Verónica Hernández Giadáns, la fiscal espuria e incapaz, todos fueron parte de este abuso de autoridad. De no ser por los amigos y familiares que salieron a las calles de Xalapa, que elevaron su protesta, explicando que Antonio de Jesús se hallaba en la capital de Veracruz cuando el doble crimen se consumaba en Cosoleacaque, a 400 kilómetros de distancia, y de la cobertura de medios que difundieron la verdad, un inocente estaría hoy en prisión. Queda saberse, aún, qué trato recibió el joven estudiante. Son conocidas las felpas de los agentes a quienes suelen detener. Y mientras, el verdadero Jesús Antonio Hernández, alias “El Mara”, gozando de cabal impunidad. Ridículo monumental para Cuitláhuac García, el sátrapa que desgobierna Veracruz, vapuleado en redes sociales, prensa nacional e internacional. Esa práctica, la fabricación de culpables, la atribución de delitos a inocentes, es la constante en el gobierno morenista, donde se mantienen presos políticos en las cárceles, se ajustan cuentas, se usa el aparato judicial para violar la ley y hay por lo menos mil presos acusados del delito de ultrajes a la autoridad pese a que la Suprema Corte de Justicia de la Nación lo declaró inconstitucional. Muy aguda, una legisladora apunta: ¿Para qué quiere Cuitláhuac los animales del Acuario de Veracruz si le sobran animales en su gobierno?… Una más del Gato Violador, novio de la senadora Claudia Balderas, ahora por secuestro. A Mario “N”, según la versión policíaca —que a menudo adolece de inconsistencias—, lo seguían por su presunta participación en un secuestro. Lo hallaron la víctima, la cual fue liberada. Le imputan posesión de armas y droga. Los hechos ocurrieron el sábado 6 de mayo. Antes, al dulcineo de la senadora Balderas Espinosa, ex protegida de la secretaria de Energía, Norma Rocío Nahle García, lo sorprendieron con una menor de edad en un hotel de Villa Allende, congregación de Coatzacoalcos, en 2019. Lo aprehendió la Naval pero horas después se hallaba libre. De esos casos en que la presión política quiebra hasta la honra de una familia. Un segundo escándalo ocurrió en la ciudad de México cuando Claudia Balderas y Mario “N” circulaban por calles de la colonia Roma. Un incidente de tránsito con una patrulla policíaca, dio pauta a la intervención de los uniformados. La senadora pudo captar en video el momento en que los policías sembraban droga en el interior de la camioneta, una lujosa Chevrolet Tahoe. Al Gato Violador el noviazgo ha sido una bendición. No sólo goza del cariño de la legisladora sino que fue acreditado como asesor del Senado con salario de 40 mil pesos mensuales, como documentó el periodista Ignacio Carvajal. Pero ahora le imputan ser integrante de una banda de secuestradores en Villa Allende. Es la tercera ocasión que cae en prisión, hasta donde se sabe… Jessy Ramos está de regreso. Va por el manejo de los eventos de los 500 años de la fundación de la Villa del Espíritu Santo, antecedente histórico del hoy Coatzacoalcos. Sabrá que habilidades tiene, de qué artes se vale, que irrumpe en el ayuntamiento y deja sin habla, atónitos, a los que fraguaban cómo darle brillo y lustre a tan polémica celebración. Jessy Ramos, que viene del joaquinismo, que fuera diputada juvenil, no transita sin provocar daños colaterales en el camino. Así como doña Ángela Pulido de Hernández Toledo, quien se chutó tres años con la conmemoración de los 100 años de la elevación de Coatzacoalcos a la condición de ciudad, para Jessy Ramos habrá una oficina especial por los próximos tres años y medio. Tiene dotes camaleónicas. Se adapta al color del poder. Del PRI emigró para trabajar en el área de turismo del ayuntamiento del panista Humberto Alonso Moreli, en Boca del Río, y ahora se viste de guinda, el color de Morena, en Coatzacoalcos. Sólo le falta amarrar su afiliación al Sindicato Único de Empleados Municipales y que el líder real, Gersaín Hidalgo Cruz, le otorgue su base y afiliación sindical. Por encima de los ilusos de Morena y más allá de los marcelistas que siguen creyendo ser los amos del palacio municipal…
Fotos: Excélsior, Proceso, El Comercio Perú