Ella dice que no, que no lo dijo así. Niega Patricia Peña que haya tildado a los migrantes de asaltantes, matones y prostitutas, que no los criminalizó, que no pidió que cierren los albergues para indocumentados, que no los discriminó. Dice que no. Pero resulta que sí.
No se apagan los fuegos sobre la diputada federal, nada digna legisladora por Coatzacoalcos, atrapada en el escándalo pues no a diario una figura pública trasluce los rasgos de la intolerancia, el menosprecio a los de abajo y el repudio a los que vienen y se van.
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Patricia Peña: la diputada, migrantes, matones y prostitutas
Odiar es lo de menos. Lo malo es expresarlo. Discriminar es inaceptable. Y más si quien lo trasluce es Patricia Peña Recio, una diputada federal, de un distrito, Coatzacoalcos, donde uno de los problemas sociales es la migración ilegal centroamericana. Ella odia y discrimina. Y eso es inadmisible.
Vive la diputada una pesadilla de antología, acribillada a cada instante, denostada, insultada, increpada en foros públicos, medios de comunicación y redes sociales porque ella, menos que nadie, tiene derecho a criminalizar al migrante.
El cementerio que decía Solalinde
Veracruz, decía Alejandro Solalinde, el sacerdote de los migrantes, es un cementerio monumental, fosas clandestinas por doquier. Y es verdad. Hay muertos, muchos muertos, de los que no se volvió a saber. Es el sello de la mano criminal, de la violencia, de la impunidad y del horror.
Y sí que lo es. Las fosas están en Pueblo Viejo, en Alvarado, en Actopan, en Tres Valles, en Agua Dulce, en Acayucan, en Las Choapas, en Cosoleacaque. Y ahora en Coatzacoalcos.