Xalapa, Ver.- A caballo unos, de pie otros, armada la policía con escudos y toletes, violentas e infames las huestes antorchistas, enfrentaban a centenares de maestros que también ellos por la fuerza pretendían frustrar la toma de posesión de los diputados locales y la asunción de Juan Nicolás Callejas Arroyo como líder de la bancada priísta.
Día oscuro en torno al Congreso de Veracruz. Virtualmente amurallada, la mañana del martes 5 la sede legislativa lucía inédita. Vallas metálicas, cordones de seguridad, olor a represión desde el amanecer nuboso con presagio de un choque violento y sin que nadie hubiera podido —o querido— hallar punto de salida en la negociación.
Tomaría posesión la LXIII Legislatura, priísta en su mayoría, no por el voto del pueblo sino por los triunfos del PRI arrancados a fuerza de comprar el voto con la despensa, de la camionada de tierra, de la varilla y el cemento. De todos los diputados, uno era el centro del conflicto: Juan Nicolás Callejas Arroyo, líder de la Sección 32 del sindicato magisterial, y una vez más legislador, la sexta ocasión, brincando de la federal a la local, de nuevo a la federal y después a la local por años.
Contra él la repulsa del magisterio disidente, los que se oponen a la reforma educativa del gobierno federal y a la dirigencia callejista. Su misión sería impedir que el cacique asumiera la coordinación de la fracción parlamentaria priísta, moralmente impedido si es incapaz de controlar a su gremio.
Daban las 10 de la mañana y se produjo la primera embestida. Mezclados en el tumulto, invitados especiales de los diputados e integrantes del Movimiento Magisterial Popular Veracruzano reclamaban su derecho a ingresar al recinto legislativo. Uno a uno los familiares y amigos de los diputados lo hacían, casi seleccionados por el personal de seguridad del Congreso, y los maestros nada, ahí quedaban, para ellos el acceso negado.
A la distancia se vio de pronto un show inesperado. Sobre un negro corcel llegaba el diputado Renato Tronco Gómez, del distrito 30, seguido de su corte choapense y un pull de prensa llevado a la capital de Veracruz a reseñar su entrada triunfal, pueblerina, sin consignar en sus notas las risas, burlas y condenas de las miles de personas, privilegiados testigos de tan grotesco vodevil.
Tronco montaba a Tentación, como ha sido su tentación por el poder. Verlo ahí, sobre su corcel frozen, negro azabache, desataría una oleada de críticas periodísticas por su falta de respeto al Congreso, como si se tratase de un barzonista que irrumpe en una sede legislativa y la allana con el desenfado de un farsante que esgrime que todo obedece a una promesa de campaña. ¿Promesa de campaña? ¿Pues qué otros delirios y locuras habrá prometido al diputado priísta?
Tronco, cuyo hermano Miguel Ángel se quedó con las ganas de ser alcalde de Las Choapas cuando el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación le invalidó la elección y lo envió a extraordinaria, alzaba los brazos, saludaba a los divertidos testigos. Tildado de payaso, estaba ahí para hacer lo suyo, cumplía su misión: ser distractor, diluir el impacto de la protesta.
Subía de tono el reclamo. Los maestros disidentes también se asumen pueblo y como tal debían ingresar a la sede del Congreso. Ni pensarlo, respondíann los guardias apostados tras las vallas y tras el enrejado del palacio legislativo.
Presionan y son repelidos. Insisten y enfrentan no sólo a policías, sino a miembros de Antorcha Campesina, enfundados en una camiseta en que se lee el nombre de Minerva Salcedo, diputada plurinominal priísta, esposa del dirigente de esa organización, Samuel Aguirre, ex diputado que le ha servido al gobernador Javier Duarte y a su antecesor Fidel Herrera Beltrán para invadir predios en Coatzacoalcos, como Punta Diamante, y luego de esgrimir que tenían contrato de compra-venta de una fracción del predio con una supuesta dueña, terminaron canjeando la tierra por otro terreno de 10 hectáreas.
Utilizables para lo que sea, adueñados del municipio de San Pedro Soteapan, en la sierra del mismo nombre en el sur de Veracruz, vendidos a la causa fidelista y a la duartista, los antorchistas se regodean en el contacto cuerpo a cuerpo.
Cuenta la crónica periodística de Claudia Guerrero Martínez, analista del poder y crítica de los dueños de la gubernatura, Fidel Herrera y Javier Duarte, cómo uno de los antorchistas enfrenta a los maestros, los increpa y exhibe un machete con funda. Desata así la ira de los mentores que tratan de alcanzarlo y desarmarlo.
Un guardia de seguridad se le acerca y lo instruye: debe dejar el arma en otro sitio. Así lo hace. Regresa a seguir atizando el fuego.
Por la puerta de acceso a los diputados, hacia el estacionamiento asignado a los legisladores, intentan los maestros romper el cerco. Ahí los espera una policía montada que hace gala de su fuerza. Los amaga. Se genera el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Caen algunas vallas. Vuelan algunas piedras, lanzadas por los maestros disidentes, mientras en las cartulinas de protesta se leen condenas a Callejas Arroyo, algunas con faltas de ortografía. ¿Qué clase de maestro escribió eso? Su embestida es violenta, reclaman, insultan, pero no logran pasar.
Dos días después, el jueves 7, Minerva Salcedo se deslindaría de la presencia de antorchistas entre el grupo que repelió a los maestros. Subió a tribuna, se dirigió a sus contrapartes legislativas y dijo no tener responsabilidad. La habían tundido los medios de comunicación que reseñaban la violencia y el nivel de represión, y que describían a un grupo de golpeadores que vestían una camiseta con el nombre “Minerva Salcedo”, que portaban machetes, que fueron identificados como miembros de Antorcha Campesina y que se coordinaban con los equipos de seguridad del Congreso de Veracruz.
En el recinto legislativo otra era la historia. Rendían protesta los diputados y se prometían trabajar para hacer mejores leyes. La ceremonia era el cliché de siempre, gastado el modelo, siempre el mismo protocolo.
Juan Nicolás Callejas Arroyo respiraba tranquilo. Contuvo la embestida magisterial y asumió el control de la fracción parlamentaria del PRI.
Luego le preguntaría la prensa cómo había interpretado la represión violenta a los maestros disidentes, los que lo quieren ver fuera del sindicato y si fueran en la cárcel, mejor, y el cacique Callejas suelta un insultante “No me di cuenta”.