* Millones para depurar la corporación * Policía secuestrada y golpeada por la policía de élite * Querían que se incriminara en un caso de narco * Theurel sabotea a Duarte * PRD: días malos y días peores * Mónica Robles para liderar el Congreso de Veracruz * Pero si no controla ni a Iván
Con ingenuidad fingida, sin desconocer en qué lodos caminan los suyos, Javier Duarte de Ochoa exalta a su policía, le ve méritos y la describe moralmente sana, mientras Veracruz entero se sacude por escándalos de tortura, desaparición forzada, secuestro, amenazas y vínculos con el narco, que involucra a la dudosamente prestigiada Policía Estatal Acreditable.
Presume el gobernador que Veracruz ha llevado un proceso de depuración, que se han ido 4 mil de los 10 mil policías que integran la corporación porque “no son confiables” y no encuadran en los estándares del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
“Estamos refundando una corporación —dice Javier Duarte con pecho henchido—. Esto conlleva un proceso. No es de un día para otro. Seguimos unos pasos, queremos lograr con eficacia los objetivos que nos hemos planteado”.
Y remata con una frase para los bronces:
“Es una policía que no es del gobierno, es del pueblo y para el pueblo”.
De tiempo acá, el gobernador de Veracruz anda trepado en un torbellino demagógico, obsequioso con la seguridad pública. Importa expresiones melosas y sentencias pintorescas, la realidad ajena, el abuso encubierto:
“Es la policía para todos los ciudadanos, que responde a todos los intereses de la gente, que responde a un Veracruz que sigue su marcha”.
Otra:
“Juntos hemos recuperado nuestras calles, juntos estamos garantizando la armonía y la tranquilidad, cada quien desde su trinchera, cada quien desde su situación y responsabilidad que tiene al frente de la sociedad”.
Megalómano por naturaleza, soñador cuando anda despierto, Javier Duarte de Ochoa exalta de la policía “su capital humano, mujeres y hombres que forman una nueva institución”.
Y así sigue, subsanando con palabrería dominguera el catálogo de omisiones en materia de seguridad pública, la entrega de las corporaciones policíacas al crimen organizado en el régimen fidelista, cuando el gordobés era secretario de Finanzas y luego diputado federal.
Avasallado por el Veracruz violento que le heredó Fidel Herrera Beltrán, su hacedor y gurú, el gobernador repella las fisuras del desastre policíaco con despidos a granel, capacitación a ultranza y una supuesta moral de 10.
O sea, se fueron los malos y se quedaron los buenos.
Teóricamente así debiera ser, pero no. Duarte y su área policíaca vuelven sobre un camino andado, el de la agresión artera, el atropello a mansalva, el delito inventado, la represión arbitraria, la fabricación de culpables y el abuso de poder.
Noé Zavaleta, corresponsal de la revista Proceso, en Veracruz, describe la conducta criminal de la policía duartista con certeros arponazos:
“La Secretaría de Seguridad Pública de Veracruz continúa inmersa en la vorágine de críticas desde el violento desalojo de maestros y agresiones a periodistas ocurridas el pasado 14 de septiembre en la plaza Lerdo de Xalapa. Ahí además de lesiones y robos a reporteros, se detuvo al activista y fotógrafo Juan Alberto Arellano Mariano, a quien la fuerza pública puso a disposición del Ministerio Público Federal acusado de portación de armas de grueso calibre y posesión de enervantes. Arellano obtuvo su libertad 12 horas después al demostrar su inocencia.
“En la desaparición de ocho policías municipales de Úrsulo Galván, reportada el 11 de enero pasado, familiares y amigos de los oficiales también responsabilizan a los cuerpos de elite habérselos llevado”.
También habla de la corrupción que aún impera en la policía veracruzana:
“Apenas en la primera semana de octubre la Secretaría de Marina-Armada de México arribó al Cuartel de San José, aglutinados los turnos de la Policía Estatal Conurbación Xalapa (integrada por nuevos policías). Las fuerzas armadas procedieron al pase de lista de 10 elementos; los oficiales nombrados fueron intervenidos por la Semar y puestos a disposición de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO) de la Procuraduría General de la República, para que se inicie una investigación por presuntos vínculos con el narcotráfico, confirmó una fuente de la corporación”.
Así que pulcra e impoluta no es la policía del gobernador Javier Duarte. Persisten sus vicios, agravados otros, mejor adiestrada ahora pero para embestir la protesta popular, acusar con pruebas falsas y usar la tecnología criminal contra el pueblo. Es golpeada la sociedad pero también los de adentro, los de casa.
Una oficial del agrupamiento carretero, Jacqueline Espejo Moctezuma, víctima del atropello, hace añicos la solvencia de la policía duartista. Acusa a cuatro elementos de actuar como delincuentes, golpeadores, arbitrarios, que la incomunicaron y con violencia física y psicológica intentaron obligarla a incriminarse en un caso de narcotráfico.
Jacqueline Espejo, madre soltera, policía veracruzana, modesta su conducta, describió el horror vivido. Habló ante la prensa. Vació un relato estrujante, sometida por la fuerza, agraviada y sumida en la incertidumbre de no saber cuanto más ha de vivir.
Salía de su turno en el Cuartel San José, en Xalapa, el 3 de octubre. Abordó el taxi 6859 y en ese instante cuatro elementos de la patrulla 1397 la obligaron a descender. Lo hizo. De inmediato la esposaron de pies y manos, los ojos vendados, inmóvil.
Fue llevada a la Academia de Policía El Lencero, fuera de Xalapa. Por cuatro días se le torturó. Recibía patadas a placer y cachetadas en el rostro. Una y otra vez la misma sentencia: que reconociera que eran suyos varios tabiques de marihuana.
Le contaron sus captores que tenían información de sus hijos, que sabían sus movimientos, su vida en manos de ellos. Jacqueline Espejo debía admitir que tenía vínculos con el narcotráfico y arrastrar en su declaración al comandante Omar Espejo.
Jaqueline Espejo presentaba daño en el cuello y usa un collarín. Cuando fue liberada, sin hacer suyas las infames acusaciones, al cuarto día de su captura, notificó lo ocurrido en su comandancia. La ignoraron. En cambio le fue entregado el oficio SSP-A/DA/SRH/MOV/./1671ª/2013, suscrito por el secretario de Seguridad Pública de Veracruz, Arturo Bermúdez Zurita, para que se trasladara al municipio de Pánuco, en la frontera con Tamaulipas, zona donde el narcotráfico está caliente. ¿Tú también, Bermúdez?
“El mensaje para mí fue muy claro: me mandan de operativo a Panuco. En mis 10 años como oficial yo ya era del sector carretero, pero administrativo. Cumplo casi siete años sin usar pistola. Me envían allá para que no vuelva, no con vida”, expresó Jacqueline.
Su caso es dramático, pero el del taxista que la llevaría a su hogar aquella noche, Andrés Aguilar Marín, es peor. Fue detenido por la honestísima policía duartista y 18 días después no aparece.
Su hermana, María del Rosario Aguilar, lo buscó en cárceles preventivas, en el Ministerio Público, Cruz Roja y en los penales de Pacho Viejo y Villa Aldama. No lo halló. Formalmente pidió a un juez que se emita una orden de cateo para verificar si se encuentra en la Academia de Policía El Lencero, donde estuvo confinada y fue torturada la policía Jacqueline Espejo.
“Andrés Aguilar fue detenido ilegal y arbitrariamente sin orden de aprehensión alguna, siendo privado de su libertad y exponiendo su integridad personal, por lo que se teme que sufra maltratos, torturas, alguna de las penas prohibidas por el artículo 22 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, e inclusive privación de la vida”, señaló la abogada Pía Irene Salazar.
Dicho amparo hace responsable de la desaparición del taxista a Bermúdez Zurita, a su director de Operaciones, José Manuel Martínez, ya implicado anteriormente en maltrato y hostigamiento a periodistas de Telever en Coatzacoalcos, y al comandante de la División de la Policía Estatal, Arturo Paredes Guevara, “por cualquier lesión, herida o privación de la vida contra Andrés Aguilar Marín”.
Así pues, uno es el discurso del gobernador Duarte, que exalta a su nueva policía, la que depuró, de la que echó a los elementos “no confiables”, y otra la realidad, con policías de peor ralea, capacitados y adiestrados a precio millonario para seguir en la línea de siempre, en la tortura, en el agravio a la sociedad y en el actuar como si el crimen organizado tuviera uniforme, fuera de élite y también acreditable.
Finge Javier Duarte no saber en qué lodos caminan los suyos. Sólo finge.
Archivo muerto
Muy picudo, Marco César Theurel Cotero —“Te rompo tu puta madre”— no ve cómo pero cada que puede, cada que lo tiene al alcance, sabotea a Javier Duarte. A punto de liberar la presa Yuribia, tomada por maestros rebeldes, el alcalde de Coatzacoalcos soltaba la amenaza pública: una demanda contra los mentores que ahorcaron el suministro de agua. O sea el gobernador Duarte y su secretario de Gobierno, Erick Lagos Hernández, apagando el fuego y que llega Marcos y le rocía gasolina…. Pulverizado, el PRD vive días de vergüenza en Coatzacoalcos. No habrá regidor perredista en el próximo ayuntamiento, producto de una infame votación en la elección municipal, su peor escenario en 20 años. Su credibilidad por los suelos, enfrascadas las tribus en sus eternos pleitos de verdulería, todos contra todos, acusándose de traiciones y golpes bajos. Su dirigencia es tan inocua —un fantasma tendría más vitalidad— que no hay quien dirija la nave, a la cual el agua le entra por tantas grietas que el naufragio es inevitable. Se lo propusieron los perredistas, echaron por la borda su estatus de partido aplanadora, sus triunfos sobre el PRI, sus diputaciones federales, una local, una alcaldía, decenas de regidurías, hasta convertir al PRD en el retrato del fracaso. Misión cumplida. Lo intentaron y lo lograron… O sea, que a Mónica Robles Barajas, la futura diputada del Clan de la Succión, la promueven para ser lideresa de los legisladores del PRI en el Congreso de Veracruz, mientras al cacique del magisterio, Juan Nicolás Callejas Arroyo, le va como en feria, vilipendiado, insultado, acusado de enriquecimiento más que explicable, movido de aquí para allá, como calzón de borracho, por sus agremiados que lo quieren ver jubilado y lejos de la política. Sólo tiene dos problemas doña Mónica: quiere controlar el Congreso y no es capaz de controlar ni a su marido, el ojo alegre Iván Hillman Chapoy, y posee la señora un historial de abusos contra empleados de Diario del Istmo, del que es presidenta del consejo de administración, a quienes les inventa delitos para echarlos sin el consabido pago de liquidación. La pura solvencia moral y mejor honradez…
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