Armando Rotter Maldonado puede ser polémico, querido y odiado, reconocido y denostado. Lo que no admite es la amenaza ni el atentado. Menos por pretender ser diputado federal. Y mucho menos si el ataque es a su familia. Antes, renuncia a su aspiración.
Su caso sacudió a un sector de la política local y a ciertos enclaves de la opinión pública, porque Rotter no es un personaje cualquiera, con voto duro, con imagen del alcalde de resultados, con un público que lo recuerda y con la seguridad de que si no gana la elección, sí disminuye los votos de sus contrincantes.
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