* La policía estatal, un grupo de choque * Maestros y periodistas, atacados y robados * Javier Duarte, peor que Pinochet y Franco * Peña Nieto golpea y los maestros regresan * Tony y la “señora Macías”, en Huatulco * El otro crimen en la casa del pastor * Theurel: tres millones en francachelas
Adorador de Francisco Franco, fanático de las dictaduras, Javier Duarte de Ochoa va llenando su maltrecho gobierno de signos ominosos y rasgos criminales: tortura para fabricar asesinos de periodistas, agravia a la sociedad torciendo la ley y reprime con toletes eléctricos a sus adversarios.
Duarte no es Franco o Pinochet. Es peor. Aquellos procedían de una dictadura, Duarte de una democracia, pero sus reacciones son de muerte. Usa el gobernador la tecnología para dispersar protestas y plantones, la picana modernizada de la que antes se valieron los judiciales en las mazmorras para arrancar confesiones, y así, a golpe de descargas en vatios, somete a las masas que lo increpan, a sus críticos, a quienes alzan la voz y a quienes registran en sus cámaras y en sus textos la brutal realidad de Veracruz.
Amparado en esas prácticas fascistoides, el gobernador de Veracruz habilitó a su Policía Estatal Acreditable como grupo de choque para perpetrar un ataque furibundo contra maestros que acampaban en Plaza Lerdo, frente al palacio de gobierno de Xalapa, la madrugada del sábado 14. Quería el escenario limpio, sin voces que lo inquietaran en la ceremonia del Grito de Independencia, acallados los críticos, lejos de “su” plaza aunque tuviera que conculcarles el derecho a la manifestación y el libre tránsito, garantizado en la Constitución.
Arremetieron sin mediar palabra. Ordenaron el desalojo y a quienes resistían, los vapulearon a placer. Inútiles para darle seguridad al pueblo, rebasados por el crimen organizado y hasta por la delincuencia común, los robocops de Duarte usaban bastones eléctricos que herían la piel, que crispaban nervios y que dispersaban al grupo de manifestantes.
Golpearon a mansalva a maestros, a grupos de apoyo, a periodistas que cubrían el festín de violencia, alertados algunos de ellos que esa noche o madrugada habría “acción”. Unos eran arrastrados, pateados con las botas de la prepotencia y el ataque artero, el puño en su rostro, en el cuerpo, el golpe de las macanas en las piernas hasta perder el equilibrio.
En minutos, el ataque violento del gobernador Javier Duarte contra los maestros había despejado Plaza Lerdo. Pero la violencia era seguida por una persecución.
Relatora de su propio infierno, la periodista Melina Zurita describió cómo fue el ataque contra ella, minutos después del desalojo violento de maestros. Se hallaba a la altura del hotel Salmones, sobre la calle Zaragoza, casi a espaldas del palacio de gobierno, cuando una veintena de policías, todos vestidos de civil la cercaron, la golpearon y la despojaron de su cámara y otras pertenencias.
“Uno de ellos, el más agresivo, me dio golpes debajo de los brazos y me dio un puñetazo en los lentes. Sólo vi cómo mi cámara se convertía en un botín para los propios policías”, refiere la nota de Noé Zavaleta, corresponsal de la revista Proceso.La periodista se quejó de que en el Ministerio Público los funcionarios de la Procuraduría de Justicia se negaron a recibir la denuncia, hasta que un día después intervino la Comisión Estatal de Derechos Humanos y la propia comisión de periodistas”
Dos días más tarde, Melina Zurita recibió sus objetos personales y una grabadora vieja. De su cámara fotográfica, con valor de 22 mil pesos, nadie dijo nada. Que le hayan reintegrado lo que le robaron, demuestra que quienes la atacaron efectivamente eran policías vestidos de civil, usados por el gobierno de Javier Duarte como “halcones” golpeadores.
Otros dos periodistas sufrieron la agresión de los robocops del gobernador: Roger López, de Imagen de Veracruz, periódico propiedad del succionador José Pablo Robles Martínez, y Oscar Martínez, de la agencia Reuters. Noé Zavaleta resume que a Roger lo amenazaron con lenguaje florido: “Vete a la chingada. Si te volvemos a ver, te levantamos”. O sea la policía duartista realiza levantones.
A Oscar Martínez le decomisaron su cámara, borraron las fotografías digitales y se la devolvieron. El agravio y la censura la sufrió él, pero también la agencia Reuters. Javier Duarte sigue arremetiendo contra la prensa, incluso a extranjera.
Protestaron los maestros, protestó también la prensa libre. Medio centenar de periodistas de Xalapa suscribieron un documento que el integrante de la Comisión Estatal para la Atención y Protección de Periodistas, Jorge Morales —el único con dignidad en ese organismo, pues el resto de sus miembros está maiceado por el gobernador—, entregó en palacio de gobierno. Exigen respeto a su trabajo y que cesen las agresiones. “En los hechos del sábado hubo el propósito de inhibir y censurar, una acción deliberada en donde a reporteros se les persigue para frenar su actividad periodística”, dice el documento.
Otra faceta de Javier Duarte dejó la brutal represión en Plaza Lerdo: confirmó que al gobernador también le gusta incriminar inocentes. Juan Alberto Arellano Mariano, poeta y fotoperiodista del portal Zapateando, fue acusado de portación de arma de fuego y posesión de cocaína. Dos días estuvo detenido. Quedó libre gracias a la presión de activistas, tuiteros y de la prensa. La Procuraduría General de la República lo mantiene sujeto a proceso penal con base en pruebas que le fueron sembradas por la policía criminal de Javier Duarte.
Cuando se le detuvo, la PGR lo mantuvo incomunicado, violando sus derechos, sin permitirle siquiera realizar una llamada telefónica para solicitar asesoría legal. Ahora exige que se le retiren los cargos porque las evidencias fueron prefabricadas.
Irreflexivo, quizá ignorante, cuando andaba en campaña para gobernador, Javier Duarte solía presumir de su admiración por Francisco Franco, el dictador español. Decía que se parecía en la voz aguda, no en su concepción de gobierno. Y dibujaba en su rostro una sonrisa, la satisfacción a todo lo que da.
Aquel desliz le mereció críticas. Duarte no sabía la magnitud del gobierno criminal de Francisco Franco, los miles de muertos en España, el surgimiento de la ETA, y se rehusaba a identificar al sesudo asesor que le había aconsejado semejante comparación. No tardó en saberse: era Alberto Silva Ramos, hoy secretario de Desarrollo Social de Veracruz. ¿No sabías que Franco fue un dictador? Ambos callaron.
Lo de Duarte es para un psiquiatra. Se le ha vuelto constante someter a sus enemigos a fuerza de golpes, bastones eléctricos y represión. El gober es violento por alguna razón muy íntima. Usa la fuerza pública para someter a sus adversarios, a la sociedad, al pueblo que dice representar.
Es peor que Pinochet o Franco. Aquellos eran dictadores y actuaban dentro de una dictadura. Javier Duarte, en cambio, es producto de la democracia, ciertamente defectuoso, pero proviene de un proceso democrático, así se haya robado la elección. Es un falso demócrata o un demócrata con instintos dictatoriales.
Usar bastones eléctricos para disolver una protesta, es propio de gorilatos, no de democracias. Duarte transita ya por caminos siniestros, la represión como local obsesión.
¿Qué otro disparate está por venir?
Archivo muerto
Polarizados los ánimos, unos aplaudieron la embestida contra los maestros y otros condenaron lo que categorizaron como un acto de represión. Lo cierto es que tras el desalojo del Zócalo del DF, el magisterio se reagrupa y con él marchan alumnos de preparatoria y universitarios, organizaciones sociales, electricistas y la disidencia petrolera. Así sucede siempre. El Estado, Peña Nieto en este caso, muestra el músculo, aplasta por igual a radicales, a los anarquistas, a los encapuchados, a los que agreden a la policía, que destruyen comercios y a los de la otra protesta, los maestros que sí argumentan contra la reforma educativa. En ese punto crítico, el uso de la fuerza pública tiene una lectura: es el fracaso de la política, la incapacidad para resolver el conflicto. Que los maestros hayan sido echados del Zócalo, no implica que el conflicto magisterial haya concluido. Peña Nieto sigue trabado en su reforma educativa y los maestros bloqueando carreteras, avenidas, las escuelas sin clases, los sistemas de agua en sus manos, las oficinas de gobierno tomadas, las casetas de peaje con paso libre, y así seguirá porque la política fracasó. Las soluciones de fuerza no remedian nada. Habrá que ver qué tan hábil es Peña Nieto para desfacer el entuerto, diría don Quijote… Loco de contento, con su cargamento, Tony Macías se rinde a sus placeres. Huatulco lo cautiva. Ahí pasaría días de remanso, satisfecho su ego y más satisfecho su bolsillo, en 2002. Había trasquilado a Pemex, a las petroquímicas, 44 millones ganados por sólo un par de trámites legales para notificar el cobro del impuesto de traslación de dominio a favor del Ayuntamiento de Coatzacoalcos. Íntimo, muy íntimo, de su festejo sólo sabrían unos cuantos. Tony y su esposa, solos en La Isla, un palacio entre la arena, en la bahía principal, Bahía Chahué. Tony y “la señora Macías” refrendando un amor intenso, como debe ser. Habría más viajes, más placer, más millones, no todos legales, algunos sospechosos, otros abusivos, pero aquel viaje a Huatulco no se pierde en la memoria, como nadie olvida a “la señora Macías”, tan afable, tan humilde, tan señora… Dice la leyenda que ahí, donde el pastor Claudio Martínez dejó la vida, donde fue cosido a puñaladas, la muerte habita en cada rincón. Cuentan los que saben de esa leyenda de otro episodio de sangre, de violencia artera y de dolor. Dicen que sucedió allá por el año 94, un crimen que sacudió al vecindario, a los amigos y a ciertos grupos de poder. Refiere la versión que al lugar llegó el comandante Ronaldo Smith, protegido de Edel Álvarez primero, de Marcelo Montiel después, y modificó el escenario. Desde entonces, en los pasillos, en cada muro, en cada habitación se percibe el frío de algo sobrenatural. Ahí fue asesinado el pastor Claudio Martínez, líder de la Comunidad de Dios, y no fue un hecho casual… Tres millones de pesos, nada más, debe el alcalde Marco César Theurel Cotero —“Te rompo tu puta madre”— a conocido restaurant, rincón favorito de la élite municipal, de precios exorbitantes y excelentes platillos. Quiere saldar la cuenta pero hay algo que lo impide: los ediles no lo aprueban pues no es gasto que se justifique. Y tienen razón: más que comidas son bacanales del munícipe con políticos y empresarios, litros de vino y licor para convencer, primero, que Lu-pilla Félix, esposa aún del alcalde, era la avocada a ser la alcaldesa sucesora; luego, cuando reventó el proyecto de la Cenicienta de Minatitlán, para amarrar los apoyos que den vida al sueño del Corredor Transístmico, el clavo ardiente del que se cuelga Theurel para seguir vivo en la política. Por lo pronto, los ediles le dicen no, rechazan saldar la deuda con el restaurant y dejan que Theurel resuelva cómo liquidar 3 millones de pesos, producto de sus francachelas y su espíritu bohemio…
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