* Peña Nieto y Paraíso 25 * Privatización disfrazada * Capitales privados en una industria estratégica * Las privatizaciones que enriquecieron a los salinistas *Slim, Salinas Pliego, Antonio del Valle… * Unos cuantos ricos y 50 millones de pobres
Enrique Peña Nieto no es Frank Uribe Lomas, el influyente personaje de Paraíso 25, novela de Luis Spota, pero también se muere por la inversión extranjera en México y si es en el petróleo, mejor.
Spota retrata a ese segmento aburguesado de la sociedad de los 80 como lo que son: la juniorcracia, dueños del poder, del dinero, de los medios de comunicación, traficantes de influencias, vendepatrias, negociantes de todo, gestores de fortunas cuyo origen es el manoseo y la malversación de los bienes nacionales.
Spota hace el preludio de lo que habría de venir y que hoy, 30 años más tarde, se expresa en el asalto final para privatizar el petróleo, el gas, la electricidad, con el señuelo de una reforma que no busca la modernización de Pemex sino la legalización de un robo a la nación con la entrega de los recursos a los grandes consorcios transnacionales.
Trabado en su encomienda, el Presidente Peña Nieto repiquetea con el sonsonete de la inversión privada, prioritariamente extranjera, para salvar a Petróleos Mexicanos de una debacle que tiene al país, según el evangelio de San Enrique, a las puertas del caos económico.
Su iniciativa de reforma energética se mueve en dos vértices: modificar el contenido de tres artículos constitucionales, incluido el 27 que le otorga al Estado la soberanía absoluta sobre los recursos del subsuelo, y la aprobación de contratos de utilidad compartida que dicho sea sin tecnicismos, es la entrega a porcentaje de los yacimientos que las empresas privadas hallen en los procesos de exploración.
Impugnada por el PAN, repudiada por el PRD, satanizada por Andrés Manuel López Obrador, la reforma energética de Peña Nieto fue el primer aborto del Pacto por México. No se consensó, no halló coincidencias y el Presidente la envió directo al Congreso, sabido el voto a su favor y confiado en que la fórmula será mayoritear para imponer.
Peña Nieto no es salvador de Pemex ni quiere su modernización. Hijo del salinismo, pudo ser presidente porque los grandes consorcios neoliberales así lo quisieron: el poder político a cambio de la privatización de México. Ahora le toca pagar una factura de alto costo: el ingreso de las grandes firmas al sector energético. O sea, Peña salda su deuda con los bienes de los mexicanos.
Inculto, reñido con el intelecto, el Presidente de México se ha encargado de publicitar un diagnóstico funesto: las supuestas áreas críticas en la dermis de Pemex y, peor aún, en sus entrañas: las reservas de petróleo se agotan; insuficiente capacidad para refinar, lo que nos hace importadores de gasolina cara; limitado procesamiento de gas, lo que también obliga al país a comprar gas a precio elevado; el desplome de la petroquímica básica, que ha hecho que Pemex se tenga que asociar con petroquímicos privados para colocar sus materias primas aunque no bien pagadas.
Catastróficos, los presagios de Peña y su secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell, también atañen al sector eléctrico: al operar con gas caro, importado, sus costos se elevan y sus tarifas se disparan, pegando en el bolsillo del consumidor.
Nada más cerca del infierno, según el Presidente y sus cortesanos. Para obtener petróleo de sus reservas en aguas profundas, se impone darle entrada al capital privado, obviamente extranjero, cuyas compañías arriesgarían en la perforación exploratoria y de hallar un campo explotable, Pemex tomaría el crudo y el gas y ya sea por sí misma o por “una empresa que exprofeso se cree”, lo comercializaría, aportándole a los inversionistas privados lo gastado y un “dividendo razonable”, según Joaquín Coldwell. ¿Utilidades al 50 o 60 por ciento? ¿Y cuánto pagarían de impuesto? ¿Lo que paga Pemex?
Doble discurso al fin, el gobierno de Peña Nieto le pinta a los mexicanos una debacle en el sector energético, pero a los grandes consorcios les dibuja un océano de oro negro, a su alcance los recursos del subsuelo, el petróleo y el gas, el hasta ahora fruto prohibido.
Pemex, según San Enrique y sus arcángeles, anda en las últimas, carcomidas sus entrañas y devorado por la corrupción. Y obvio, Pedro Joaquín Coldwell ya se da por enterado y avizora una operación limpieza para darle lustre a la paraestatal.
No dicen ni Peña ni Joaquín, ni el director de Pemex, Emilio Lozoya, que quienes le dieron en la maceta a la industria petrolera fueron los corruptos priístas y los no menos transas panistas en los últimos 30 años, beneficiarios de contratos millonarios que no saciaban su ambición pues aparte de agenciarse utilidades mayúsculas, todavía inflaban los montos y un servicio de 400 millones se convertía en un negocio de 4 mil millones.
Peña y el salinismo saben que la reforma energética es una falacia. Es, si acaso, otra faceta de la vorágine privatizadora que a los mexicanos no les ha reportado más que pobreza y marginación. La privatización de Pemex y de la Comisión Federal de Electricidad es paulatina y sus beneficiarios son unos cuantos, no el pueblo, los juniors de los años 80.
Lo mismo se argumentaba cuando Teléfonos de México fue convertida en chatarra para privatizarla. Salinas la entregó a Carlos Slim y hoy Carlos Slim es el hombre más rico el mundo mientras los usuarios pagan un servicio caro.
Salinas privatizó Fertimex. Uno de los adquirientes fue el ex gobernador de Coahuila, Rogelio Montemayor Seguy; otros, los hermanos Ancira, también coahuilenses, dueños de Altos Hornos de México, todos prestanombres de Salinas de Gortari. ¿Sirvió para algo la privatización de Fertimex? Obviamente sólo para enriquecer a un grupo de apátridas y de paso para llevar a la crisis al complejo petroquímico Cosoleacaque, que llegó a ser el primer productor de amoníaco del mundo con más de 2.5 toneladas anuales y que ahora apenas produce 600 mil toneladas por año.
Salinas también se deshizo de Imevisión. Se la entregó a Ricardo Salinas Pliego, previo préstamo de Raúl Salinas de Gortari, el hermano incómodo. Salinas Pliego la transformó en TV Azteca, cuya programación es tan asquerosa como la de Televisa pero aún más chabacana, cajas de resonancia del gobierno, manipuladores de la información y activos de los poderes fácticos para mantener en la penumbra a la opinión pública.
Y qué decir de la banca mexicana. Fue vendida a los financieros internacionales, con rendimientos anuales multimillonarios, producto del crédito caro, y que han contribuido al endeudamiento de estados y municipios.
Voraz como pocos, Salinas de Gortari reclasificó la petroquímica en 1992. Dejó ocho productos en la básica y liberó 61 para que pudieran ser potenciados por la iniciativa privada. ¿Sirvió de algo? Obviamente no. Ganaron sus amigos empresarios y la petroquímica nacional se hundió.
Pajaritos, fundado en 1964, es punta de lanza en la ofensiva privatizadora. No había llegado la reforma energética peñista al Congreso cuando se oficializó la venta de la mitad del complejo petroquímico a la empresa Mexichem, propiedad de Antonio del Valle Ruiz, ex dueño de banco Bital, hoy HSBC, que de un plumazo se adueñó de las únicas plantas en servicio.
A la planta Clorados III se le habían inyectado 200 millones de dólares para darle viabilidad y que pudiera competir en el mercado del cloruro de vinilo. Con fallas, que fueron ignoradas en el alto mando de Pemex, la planta fue recibida y hoy queda en manos de Mexichem para engordarle el bolsillo a Antonio del Valle.
Así, mil ejemplos de cómo los bienes nacionales pasan a manos de la iniciativa privada pero no arrojan beneficio alguno a México.
Carlos Slim es el hombre más rico del mundo o desciende al segundo escalón, pero sigue siendo un ícono de la abundancia; los banqueros se convierten en industriales y a ellos les regala el presidente en turno los bienes nacionales; las televisoras del estado pasan a manos de empresarios de medio pelo, cuya misión es desinformar, ocultar, entretener, embrutecer.
Contradicción infame la que vive México. Sus recursos, sus bienes, sus activos en manos de un grupo de apátridas, ellos multimillonarios mientras la pobreza cada vez es mayor, mientras 50 millones de mexicanos viven marginados, casi ocho millones en la miseria.
¿Sirve para algo la mano del capital privado para aliviar los rezagos, para abatir la pobreza, para enfrentar el olvido? Indudablemente no.
Sería ingenuo suponer que el salinismo impulsa la privatización del sector energético, bajo el disfraz de inversión pero con la rectoría del estado, sólo por amor a México.
Máscara de Salinas, intendente de la privatización, Peña Nieto entrega un área estratégica, la más importante para México, su petróleo y electricidad, al capital privado extranjero, porque esa fue la condición para ser Presidente.
Proceso ha documentado cómo los operadores del salinismo —Pedro Aspe, ex secretario de Hacienda y hoy director de la consultora Protego— y los ex directores de Pemex, Jesús Reyes Heroles González Garza y Luis Ramírez Corzo, son los “agentes financieros” y los “jugadores clave” en la apertura del sector energético al capital extranjero, de acuerdo con el especialista Alex Murphy, quien hizo circular un análisis en el congreso norteamericano donde retrata a Pemex como la empresa petrolera número 14 a nivel mundial y la 13 en cuanto a reservas, cuyas utilidades son de 77 mil millones de dólares anuales, nada que ver con la empresa quebrada que Peña Nieto presenta a los mexicanos para justificar su privatización disfrazada.
John Ackerman, un estudioso de los fenómenos sociales, advierte que hoy se le da entrada al capital privado en la industria petrolera y eléctrica, y el día de mañana desaparecerá el IMSS, ISSSTE, Infonavit, la UNAM, el Politécnico, y los mexicanos, los que puedan, tendrán que autoeducarse, pues ese es el proyecto neoliberal.
No es en la llegada de capital privado a Pemex donde está su salvación. Lo está en la erradicación de la corrupción, sindical y administrativa, cercenarle los negocios a los líderes comandos por Romero Deschamps, y a la pandilla de confianza con que llega cada director designado por el presidente.
Sostén del país por su tributación fiscal, Pemex requiere un adelgazamiento, reducir su carga fiscal, dejar de pagar sueldos exorbitantes, acabar con el contratismo demencial, enviar a prisión a los grandes corruptos y una vez saneado, disponer de recursos para potenciar la extracción de crudo, la refinación, el procesamiento de gas, la revitalización de la petroquímica.
Mientras ello no ocurra, Pemex seguirá patinando en el fango. Y no será un molino de viento, la llegada de capitales privados, lo que la salvará de la quiebra y al país del desplome total.
Junior del salinismo, Peña Nieto podrá salirse con la suya, si es que la presión popular no le da otra paliza como la de su visita a la Universidad Iberoamericana, pero al tiempo se verá que los capitales privados en Pemex sólo servirán para enriquecer a los dueños del dinero y empobrecer más a los mexicanos. Pero cuando eso ocurra y muchos despierten de su letargo, los energéticos ya no serán nuestros. Así funciona el neoliberalismo.
Peña Nieto no es Frank Uribe, pero se muere por los capitales extranjeros y si es en el petróleo, mejor. Así lo explica Paraíso 25.
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