La estrategia de las fotos exhibe la limitación mental de la zacatecana, cómo intenta sorprender y lo rupestre que es
Y al tercer día, Rocío Nahle no resucitó; sigue en el infierno de Dos Bocas.
Llegó a Coatzacoalcos, no a suscribir pacto alguno, ni a dar la voz de arranque a la sucesión, ni a mostrar el músculo en su feudo porque ese músculo no existe y si Morena gana eleciones es por la operación política del priismo —marcelistas, duartistas, fidelistas— con el que la secretaria de Energía se entiende y se arregla al precio que sea, a fin que no le cuesta a ella sino al erario de Coatzacoalcos.
Al tercer día, Rocío Nahle no resucita. Viene muerta políticamente por el fracaso de Dos Bocas, la refinería que no refina nada pero que es un suculento negocio de los compadres del clan Nahle-Peña y la cajota de cash de Andrés Manuel. Llega, se reúne con los hampones —Zenyazen, Gómez Cazarín, Eleazar y Lima Franco— y luego va a cafetear con el alcalde de Xalapa, Ricardo Ahued. Y ahí, en Boca del Río, otra foto.
Sólo eso sabe hacer. La estrategia de las fotos exhibe la limitación mental de la zacatecana. Describe cómo intenta sorprender la zacatecana. Retrata lo rupestre que es la zacatecana.
Su viaje a Coatza fue un rapidín. Y al tercer día se esfumó.
Su presencia en Veracruz es efímera. Rápido se borra de la mente de los veracruzanos. Se diluye frente a la realidad. En Veracruz de inmediato se deja de hablar de Rocío Nahle.
Es etérea. En tres segundos nadie sabe dónde está.
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