Nada es peor que el miedo. Lo saben ocho jóvenes, alumnos de la Universidad Veracruzana, agredidos y amenazados, tundidos y marcados con las huellas de la violencia, que desata la ira, que provoca el reclamo y que, en uno de ellos, precipita su salida del país.
Se va al exilio, aquejado por la presión, inerme y sin garantías, temeroso que el ataque del 5 de junio, aquella madrugada en que celebraban el cumpleaños de uno de ellos, vuelva a ocurrir.
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UV: la agresión y el repudio a la rectora
Para entender a la rectora, hay que ir al psiquiatra. Es tibia y medrosa. No se debe al estudiantado ni lo prioriza. Evasiva y esquiva, tuerce la verdad cuando una agresión brutal, perpetrada por porros o un comando parapolicíaco, contra ocho estudiantes de la Universidad Veracruzana exigía, por lo menos, una condena radical.
Hoy, 428 integrantes de la comunidad universitaria la increpan. Dicen que Sara Ladrón de Guevara miente. La perciben desinformada, ingenua, nada comprometida con la exigencia de justicia y reclaman de ella, como cabeza de la UV, un posicionamiento firme y contundente, “acorde con las gravísimas circunstancias del estado de Veracruz”.
UV: la agresión y la insurrección estudiantil
Gritan y marchan. Acusan los universitarios al Estado represor. “Fue el Estado”, denuncian en su proclama, agraviados todos por el ataque criminal contra ocho estudiantes, apaleados con saña, atacados con machetes, olvidados por la policía omisa, indolente, cómplice, que no actuó, y por una rectora que se oculta, que no los lidera y que cuando rompe el silencio, maniobra, engaña y se eriza.
“Si tocan a unx, nos tocan a todxs”, dice una de sus mantas, profusamente difundida en medios de comunicación y en redes sociales, una estampa de la protesta.