Atrapado, presidente en crisis, Enrique Peña Nieto tiene fijación por los decálogos y obsesión por los pactos. Los inventa y si le fallan, los recicla, los reedita, los maquilla y los vuelve a activar. Y si son sinónimo de fracaso, les cambia el nombre y los vuelve a lanzar. Es el hojalatero de la democracia.
Así enfrenta el presidente de México el escándalo de Ayotzinapa, la desaparición de 43 estudiantes normalistas a manos de la policía municipal que los entregó supuestamente al narco —otras versiones dicen que fue a los militares— y que según el cansado procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, los torturaron, los asesinaron y los calcinaron para borrar las huellas del crimen.