Sin pena ni gloria, desvencijado, el PRD tiene la encomienda de perder. No emociona. Carece de lustre. Arrastra una historia infame, enrojecida por su vinculación al priísmo, al docenato de la fidelidad y marcado por su condición de partido venido a menos, sometido y profundamente corrupto. Fue una fiera en el espectro político y hoy es la mascota dócil del PRI.
Hace tiempo que el Partido de la Revolución Democrática dejó de ser un trabuco electoral en Veracruz, marcado por pleitos y conflictos, por la disputa de espacios, por el sometimiento al gobierno estatal en turno y a un cúmulo de prebendas que hicieron que militantes y dirigentes se dejaran seducir.