CRÓNICA DE UN PREMIO ANUNCIADO

Estocolmo, Suecia.- 10 de octubre. La mañana otoñal en Estocolmo, la capital de Suecia, es muy similar a las que conocemos en la Xalapa de hace algunas décadas: fría, húmeda y con llovizna muy fina.

La gente camina con paso acelerado y hundidos en sus bufandas. Es jueves, ya se acerca el fin de semana y se pueden ver grupos de jóvenes caminando y charlando en algunas esquinas.

Dejamos el centro del Estocolmo moderno y nos adentramos en Gamla Stan, o Ciudad Vieja; el casco histórico original de la ciudad, donde esta mañana tiene lugar en el corazón de la isla, en el Gran Salón de la Academia Sueca, el anuncio del ganador del Premio Nobel de Literatura de este año.

Podemos ver en el centro de la Plaza Mayor, o Stortorget, a estudiantes y escolares haciendo fila para entrar a las instalaciones del Museo Nobel, que ocupa la planta baja del edificio de la Academia Sueca.

Ya se ven aparcados en hileras camionetas de diversos medios de información de todo el mundo con gente sacando equipos y preparándose para uno de los anuncios más importantes en el mundo cultural.

Entramos por el acceso lateral de la Academia y ya se puede percibir el nerviosismo en el ambiente. Asistentes perfectamente trajeados le indican en distintos idiomas a los reporteros y visitantes especiales que van llegando, donde dejar sus abrigos y bolsas, para acceder posteriormente al Gran Salón de la Academia, donde ya buena parte de la prensa aguarda.

El Gran Salón, o Börssalen, decorado elegantemente como todo paraninfo, se ve inundado de personas con cámaras de video, equipo fotográfico, micrófonos, cables y pedestales. Personas del público en general, invitados especiales de la Academia Sueca, aguardan sentado en el fondo del salón, hablando en voz baja, murmurando y dando sus predicciones respecto al ganador de este año. Todas las voces susurran el apellido de Murakami, los reporteros en la estación de acceso a internet escriben ávidamente y buscan en la red fotografías, referencias y demás material útil. Todos estamos calentando motores para lo que viene, pues a pesar de la enorme expectación que esta noticia genera, el anuncio dura tan sólo un par de minutos a lo máximo, pero de tal anuncio dependen los ríos de información que se habrán de generar en los minutos posteriores y los días subsiguientes.

Se puede ver a los encargados del orden y la seguridad muy alertas pero sobretodo atentos a las preguntas, dudas y peticiones de todos los presentes en el salón. Aún falta media hora para el anuncio y ya se puede ver a los camarógrafos, reporteros y fotógrafos disputándose los sitios alrededor del pequeño estrado donde en breves minutos aparecerá un sonriente y simpático Peter Englund, Secretario Permanente de la Academia Sueca, con un papel en las manos, para anunciar al mundo quien habrá de recibir el Nobel de Literatura junto con los 8 millones de coronas suecas que constituye el galardón, el próximo 10 de diciembre.

A menos de 15 minutos del anuncio ya el ambiente se ha tensado mucho más. Los reporteros esta vez se empujan suave pero persistentemente para tener todos el mejor ángulo, la mejor toma, la mejor luz. La gente que aguardaba al fondo ya se ha puesto de pie y se arremolina ahora detrás de la prensa con las cabezas en alto, todos mirando a la puerta blanca ornamentada por la que saldrá el Secretario Englund a hacer el anuncio.

Por fin, en punto de las 13 horas, ni un minuto más, las puertas se abren, un silencio abrupto se hace en la sala, y los disparadores de las cámaras comienzan a hervir. Peter Englund mira a todos con mucha cortesía y buen humor. Sabe bien cuánto se ha esperado este anuncio, y sabe mejor, que su tarea consiste sencillamente en decir un nombre, el nombre del ganador.

Precedido de su respetuosa y respectiva declaración en sueco, viene el anuncio en inglés: La ganadora del Premio Nobel de Literatura de este año es la escritora canadiense Alice Munro: “la maestra del cuento corto contemporáneo”. La gente ovaciona y algunos incluso gritan de emoción por breve instante cuando el nombre de Munro es dicho por primera vez en el anuncio en Sueco, ovación a la que el resto de los presentes se une con aplausos y risas cuando el nombre de la canadiense es mencionado en el anuncio en inglés.

Y como si alguien hubiera dicho “el estrado está por estallar en pedazos”, todos los que hasta entonces se peleaban por estar ahí de pie huyen velozmente hacia sus computadoras portátiles y sofisticados equipos de filmación y transmisión para dar a conocer la noticia por todos los rincones del planeta.

Mientras tanto, Peter Englund regresa a la Sala después de su breve desaparición para ser entrevistado por todos los equipos de información y se le ve muy alegre paseando por los grupos de comunicadores. La Academia está satisfecha de la decisión tomada y el impacto de esta en el Gran Salón.

Ahora todos los reporteros pelean un sitio donde sentarse a escribir, y para algunos el piso es el lugar más cómodo. Se les puede ver sentados en las esquinas, tecleando a toda velocidad, editando fotografías en programas especializados, narrando en micrófonos o grabadoras la nota, editando video y audio, o si ya han hecho su trabajo, charlando alegremente entre ellos y mirando alrededor.

Poco a poco la sala comienza a vaciarse, a enfriarse y a silenciarse. Englund aún sigue ahí concediendo entrevistas incluso a los reporteros solitarios y sin tanta producción, armados tan sólo con una libreta y una pluma. Sus asistentes y equipo de seguridad esperan junto a él pero de la manera más sencilla y disimulada, sonríen a quien les sonríe y escuchan con atención las palabras del Secretario.

Todo terminó, ya el mundo sabe a estas horas que la cuentista Alice Munro, la “Chéjov canadiense” ha pasado a formar parte de la larga y honorable historia de los Premios Nobel.

Dejamos el gran Salón cuando ya no queda más que el equipo de logística, salimos a la Plaza Mayor y para alivio de quienes deben transportar y guardar los costosos equipos de filmación ya ha dejado de llover.

Alrededor en los cafés, los suecos meriendan tranquilamente y miran distraídos a los niños que juegan correteándose, para ellos, el Premio Nobel es asunto cotidiano. Dejamos la Ciudad Vieja y detrás de ella una historia que ha de repetirse cada año. La crónica de un premio anunciado.