Caso Regina Martínez: ni silencio ni olvido

* El móvil imposible, el que implica a Fidel  * En la elección de Villa Allende no hubo error  * Marcelistas y joaquinistas reventaron a Keren Prot  * Ganó Luis Esteban y cobró a Diario del Istmo 48 mil  * Chico Balderas: el velorio y el saqueo  * Se cuartea el minicacicazgo de Tronco  * La candidatura del hermano, en el aire

¿Por qué en silencio? Voz estridente, sonora, Regina se merece proclamas y protestas, mítines y marchas, reclamos de justicia, un alto a la impunidad surgido desde las entrañas del gremio periodístico; un “ni un periodista más”.

¿Por qué en silencio? Regina es hoy un ícono de la lucha por el respeto a la libertad de expresión, por la libertad de los periodistas para buscar y documentar la noticia, como ella lo hacía; por el acceso a los datos, a las nóminas, a los procesos de licitación de obras, al gasto público, al derroche publicitario, a la construcción de imágenes con cargo al erario.

¿Por qué en silencio? Hoy un sector de la prensa que presume de libre se acalla y amordaza, guarda sus palabras, contiene la ira de otros días por la muerte de Regina, el crimen no aclarado, el crimen impune, el crimen encubierto.

¿Por qué el silencio? Sólo unos cuantos salen a las calles o rememoran el crimen en sus textos. Sólo unos cuantos exigen justicia, acusan al sistema, reclaman con razones. Unos más lo analizan en las páginas periodísticas, en los medios electrónicos. ¿Y los demás?

Regina Martínez Pérez murió hace dos años. Fue asesinada por lo que escribía. Hallada en su hogar, visibles en su piel las huellas de la violencia, el cuello destrozado, estrangulado, el odio irracional en el ambiente, vestigios de la mano del criminal que la sacó de este mundo por encargo de los poderes reales, del cerebro intelectual.

Tuvo vida hasta el 28 de abril de 2012. Ese día comenzó a hilvanarse la leyenda de una periodista que no cedió ante el poder, que admitió su miedo, que se supo observada, pero que mantuvo la intensidad de sus misiles, demoledora en su crítica, documentada y, sobre todo, infinitamente honesta y valiente.

Regina, con su muerte, sacó a las calles a decenas de periodistas. Los hizo hablar, protestar, retar al poder. “Justicia para Regina”, “No se mata la verdad, matando periodistas” y muchas proclamas más fueron la bandera de un sector de la prensa que pugna aún por hallar a los autores del asesinato, no los que asesinos fabricados por la Procuraduría estatal.

Marcharon entonces los indignados. Olía a muerte Xalapa. Regina en el Semefo. Transcurría el fin de semana inmerso en el luto. Vino el sepelio. Lloró su familia, sus amigos, sus alumnos. Al despertar, el lunes, los periodistas cerraban filas. Ayer fue Milo Velo, hoy es Regina, ¿mañana quién? Olía a muerte y no era pregunta premonitoria. Era que la muerte pernoctaba con la prensa. Luego fueron Gabriel Huge, Guillermo Luna, Esteban Rodríguez, levantados, mutilados, embolsados, hallados en un drenaje de Veracruz. Poco después Marco Antonio Báez Chino, también plagiado, encontrado en fragmentos.

Con más razón salía la prensa a ejercer su derecho a la protesta. Caminaba por la calles, alzaba la voz, expresaba en cartulinas y mantas su rechazo a la violencia, Veracruz convertido en la capital mundial del odio a los periodistas, el Veracruz de Javier Duarte traducido a zona de guerra sin guerra, con bajas no de militares sino de trabajadores de la pluma, el pleito entre bandas de criminales y el gobierno agazapado, insolentemente agazapado.

Regina Martínez, al ser ejecutada, potenció el caso Veracruz. Antes de ella, había control de daños. Unos de días de reclamo, la ofrenda floral del gobernador, promesa de justicia, y al carajo la investigación. La prensa nacional medio hablaba y se callaba.

Con Regina, el duartismo quedó al desnudo. Fidel Herrera, el ex gobernador, y Javier Duarte, el gerente del negocio, habían urdido planes para hacer pagar a la prensa crítica, los insolentes que cuestionaron el despilfarro, el saqueo; los osados que documentaron el atraco de la bursatilización, la mano del entonces secretario de Finanzas, un tal Javier Duarte, en la descomunal deuda de Veracruz; los irreverentes que rompieron el silencio cuando la mordaza fidelista impedía hablar del narco impune, irreverentes porque dijeron y dijeron, y no se cansaron de decir, en los días “de la plenitud del pinche poder” que esto se había convertido en el santuario de Los Zetas con la venia de Fidel.

Regina Martínez pertenecía a esa lista negra de diez periodistas en la mira del chacal. La dio a conocer el respetado Carlos Lucio Acosta en su “Periodistas críticos, ¿bajo investigación?”, seguida por Manuel Rosete Chávez, en “Diez periodistas al patíbulo”.

Regina ocupaba el segundo lugar en la lista. A los diez se les categorizaba como “periodistas incómodos al sistema por su actitud crítica”. Regina golpeteaba a diario en sus notas de la agencia APRO, y en el portal informativo de Proceso, amén de sus reportajes en esa revista, una de las más influyentes a nivel mundial.

Era incómoda por múltiples temas, pero uno, uno, calaba en Fidel: la inseguridad. Sabíase de ella, pero como un fenómeno social que afecta a todos los pueblos. Acá, en Veracruz, era inseguridad con la bendición del poder.

Un grupo criminal, Los Zetas, fue el elegido en la tierra prometida. Se permitió infiltrar a la policía, a los ministerios públicos, a los jueces. Sus notas daban cuenta de los elementos policíacos consignados ante instancias federales por vínculos con el narco.

Regina irritó a Fidel hasta ser denunciada cuando Proceso publicó la fotografía de la necropsia a la indígena Ernestina Ascensión, violada por militares en la sierra de Zongolica. Fidel Herrera destituyó a los médicos forenses que dictaminaron que hubo violación. No podía ser así. El presidente Felipe Calderón, quizá atestado de alcohol como era su estado natural, dijo que murió por una gastritis, y así quedó en el acta.

Para entonces, Regina Martínez ya tenía una denuncia encima, sin una evidencia siquiera de que su mano haya sido la que hizo publicar la fotografía en cuestión.

Es demencial que el móvil del crimen de Regina Martínez sea el robo, a manos de dos raterillos de mala muerte, a los que la Procuraduría de Veracruz en tiempos de Felipe Amadreo Flores Espinosa, les da categoría de “amigos” de la periodista; los dejó entrar; convivió con ellos; se bebió unas cervezas, y luego la mataron para robar. Y Veracruz entero se fundó ayer.

Perverso Javier Duarte, persiste en su misión de alejar la muerte de Regina del móvil profesional, cancelar la pista de los políticos. De hacerlo así, el primero citado a declarar en calidad de sospechoso, sería Fidel Herrera Beltrán.

No murió en balde Regina Martínez. Sacudió al medio de prensa, sacó a los periodistas a las calles, los hizo hablar, los hizo protestar, los hizo retar a un sistema opresor y represor. Provocó que la prensa mundial pusiera los ojos en Veracruz, capital del asedio contra los comunicadores, y acorralara a su gobernador Javier Duarte, por su inquina a sus críticos, por la mala leche con que se amordaza y se somete con la complicidad de los dueños de los medios.

Dos años después, sin embargo, las protestas por el crimen de Regina han menguado. Unos se acogen al olvido; otros protestan en silencio; unos más han guardado sus líneas, sus plumas, sus voces, para otros temas.

Denise Dresser invita a no disentir en silencio. La libertad de expresión está amenazada. El sistema priísta se recompone, criminaliza la protesta, acalla el periodismo de investigación, simula proteger cuando en realidad reprime.

“Lo que ningún periodista amenazado puede o debe hacer es callar —dice Denise Dresser—. Guardar silencio no es una opción vis a vis un Estado que se ha acostumbrado a intimidar. A hostigar. A acorralar. Ante él habrá que disentir fuerte y claro. Al pétreo mascarón que resurge cada seis años, habrá que enfrentarlo con cincelazos ciudadanos, firmes y valientes. Hoy y siempre”.

Hay que tomarle la palabra: disentir fuerte y claro.

Regina no merece el silencio. Hacerlo es como volverla a matar.

 

Archivo muerto

 

Nada casual, nada al azar, la elección de la agencia municipal de Villa Allende no se cayó por error sino porque así lo calculó el marcelismo que gobierna a Coatzacoalcos. A Keren Prot Vázquez le hicieron creer que era la candidata del alcalde Joaquín Caballero Rosiñol. Le allanaron el camino, le sumaron corrientes, hicieron declinar adversarios, todos a su lado, demasiado bonito para ser real. Y ganó. Llegó su caso al Tribunal Electoral del Estado de Veracruz y ahí asumieron que 125 funcionarios de casilla —no cinco o diez— eran inelegibles porque no viven en Allende, porque no pertenecen a la sección electoral de la casilla, porque son funcionarios de confianza en el Ayuntamiento de Coatzacoalcos, marcelistas pues. Y semejante violación a la ley la dejó pasar la Junta Electoral Municipal. Fue omisa pero con conocimiento del delito. Y la elección se invalidó. Así lo planeó el marcelismo, pues Keren Prot no es de Joaquín Caballero ni de Marcelo Montiel; sus orígenes políticos están con el ex síndico Roberto Chagra Nacif y con Lu-pilla Félix de Theurel, la ex primera dama que ya no pinta en Coatzacoalcos. Va Keren Prot a una nueva contienda, extraordinaria, y sus adversarios —Alejandro Trujillo es la carta de Joaquín y Marcelo— irá en alianza para frenar a la joven política, a quien ya se la hicieron una vez y se la quieren hacer de nuevo… Callado y contundente, Luis Esteban Castillo humilló a Diario del Istmo, a la familia Robles Barajas y a los responsables administrativos, que urdieron la canallada de fincarle cargos de robo para eludir sus responsabilidades laborales. Lejos de amedrentarse, Luis Esteban los enfrentó, se negó a suscribir una deuda canjeable justamente por la miseria que le ofrecían a manera de liquidación, huyó de ellos y los emplazó legalmente en la vía penal por amenazas y privación ilegal de la libertad, y en los tribunales laborales. Pudo finalmente asestarle una derrota más a Mónica Robles, la diputada enemiga de sus empleados, y cobró algo más de 48 mil pesos por concepto de liquidación. Le dio donde más les duele a los miembros del Clan de la Succión. ¿Quién dice que no se puede?… ¿Quién es ese líder sindical que justo cuando Francisco Javier “Chico” Balderas era velado, se ocupaba en abrir una caja fuerte de donde extrajo piezas de valor y pistolas con cacha de oro, y de algunos escritorios tomó decenas de pacas de dinero? Desleal y taimado, se sabía mal visto por el líder de la Sección 11 del sindicato petrolero, para él cerradas las puertas de la gloria. Pudo así llegar a ser algo, encumbrarse, enriquecerse, perder la razón, cuando todo era caos y el balderismo se despedazaba por suceder a su patriarca. ¿Quién es?… Distante, cada vez más distante, la candidatura de Miguel Ángel Tronco Gómez no se ve llegar para contender por la alcaldía de Las Choapas. Lo rechaza el Partido Verde Ecologista de México —2014 no es igual a 2013, dice su representante ante el consejo general del Instituto Electoral Veracruzano, Arturo Martínez— y hasta se da el lujo de criticar a Renato Tronco Gómez, el minicacique, tildándolo del diputado más faltista en la Legislatura estatal. Quizá con filo, dijo Elizabeth Morales García, lideresa del PRI en Veracruz, en su visita a Coatzacoalcos, que la candidatura de Las Choapas es del PVEM y que el PRI la respaldará por ser parte de la coalición. Lectura clara: si no es con el apoyo del Verde, los Tronco ya se pueden ir a la porra…

 

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