* El procurador no desestima un acto terrorista * Explosivos o acumulación de gas * ¿Fue por la reforma energética? * La privatización disfrazada * Peña Nieto, Petrobras, Mexichem * Revuelta de maestros en Córdoba * Javier Duarte no controla
Justo cuando Enrique Peña Nieto promueve la entrada de (más) capitales privados a Petróleos Mexicanos, una explosión en el cuartel de mando de la paraestatal sembró pánico, muerte, destrucción y, sobre todo, la sospecha de que el siniestro no fue un accidente ni un hecho fortuito sino un atentado.
Cimbrado, sacudido, Peña Nieto y su gobierno enfrentan su primer dilema real del sexenio desde la tarde del jueves 31 de enero, cuando a eso de las 15:40 se produjo la estallido en el edificio B-2 del complejo administrativo de Pemex, en la ciudad de México, a un costado de la impresionante torre ejecutiva de 54 pisos, en centro neurálgico de la paraestatal.
Suele ocurrir, como siempre, que en estos sucesos, por un lado danzan las cifras de los muertos 36 oficialmente y los que siguen apareciendo y heridos 102, unos graves, algunos más graves y más de la mitad ya en sus hogares y por otro los daños colaterales, que en buen cristiano se traducen como la fragilidad o no del nuevo régimen.
Acaso habían transcurrido unas horas del siniestro cuando dentro y fuera del gobierno, en los medios de comunicación, en las redes sociales y en las múltiples ventanas de la sociedad, corría la hipótesis de un acto terrorista, la mano negra de grupos radicales y hasta la conjura desde las sombras.
Líderes de opinión Ciro Gómez Leyva, Pablo Hiriart, Joaquín López Dóriga y algunos más advertían en sus espacios televisivos una teoría del complot, incubada entre los fanáticos del sospechosismo, asiduos a la máxima pública de que piensa mal y acertarás, rebasada con mucho la versión peñanietista de que la explosión pudo ser provocada por una acumulación de gas en el área donde se concentran los aparatos de aire acondicionado, en el sótano del edificio B-2, que destrozó el primer piso y el mezzanine, donde se alojan oficinas de Recursos Humanos y en el que numerosos empleados se aprestaban a checar su salida.
Se oyó un estruendo; volaban los cristales; caían plafones, paredes y techos; la luz desapareció en un instante; cundía el miedo, alentado por los gritos de pánico, los rostros impactados de quienes sentían morir. Sobre los escombros yacían los cuerpos de más de un centenar de heridos y algunos de los muertos; debajo de ellos, otro tanto de cadáveres y unos cuantos sobrevivientes.
México entró en duelo nacional porque el golpe no solo fue para Pemex sino para la capital del imperio. Seis meses antes, en septiembre de 2012, en Reynosa, Tamaulipas, otra explosión, en el centro procesador de gas, provocó la muerte de 30 personas. Ahí no hubo luto nacional. Es lo malo de ser provincia.
Es propio de los mexicanos suponer que en cada siniestro hay un plan criminal. Sólo que ahora lo acrecientan las palabras del procurador Jesús Murillo Karam, quien promete llegar a la verdad sin descartar presunciones, ya sea un accidente, negligencia o incluso atentado; óigase bien: atentado
Para sorpresa de todos, Murillo Karam le ha ahorrado a la opinión pública el desgaste de hacer creíble la hipótesis de la mano siniestra y la ofreció, no como plato principal y mucho menos como postre en este banquete de sospechas, sino a manera de aperitivo, cuando la investigación apenas despuntaba.
Sobrado de experiencia, perspicaz, profundamente colmilludo, el ex secretario general del PRI y ex gobernador de Hidalgo no soltó la posibilidad del atentado sin aderezo alguno. Dijo que en las primeras pesquisas no se halló rastro de fuego, ni en los heridos, ni en los muertos, ni en papeles o plásticos, que habrían sido las sustancias más susceptibles de quemarse. Si no hubo fuego, ¿qué fue? ¿Sólo una onda expansiva?
Murillo Karam levantó la tapa de una coladera de la que emergen olores fétidos y un océano de conjeturas. ¿Quién habría querido lanzar un ataque así contra Petróleos Mexicanos, sabedores que a esa hora, en ese lugar, se concentrarían decenas y quizá cientos de trabajadores petroleros? Las guerrillas de extracción social no atacan a la población civil, sino los puntos vulnerables del gobierno, el llamado enemigo.
La guerrilla mexicana no es la ETA. No son fanáticos islamistas, ni el Ejército Republicano Irlandés o el dinamitero de Oklahoma. La guerrilla mexicana en los años 70 y sus herederos de este siglo no atacan a la sociedad. Tienen otro modus operandi.
Hacía más de seis años que las instalaciones petroleras no eran atacadas. Las últimas ocurrieron en septiembre de 2006, con cuatro bombas colocadas en áreas rurales, en áreas de rebombeo o en zona de ductos, en Veracruz. Otros atentados se registraron en esos días en Guanajuato y Querétaro, pero ninguno contra civiles.
Ese año, el 6 de noviembre, también estallaron artefactos explosivos en el auditorio Plutarco Elías Calles del PRI nacional; el Scotia Bank, donde se realiza el manejo financiero del IFE; en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, y en algunos restaurantes, entre ellos el Sanborns de insurgentes, frente al PRI. El periodista Raymundo Riva Palacio, en su columna Estrictamente Personal, reveló noviembre 8 de 2006 lo que los expertos hallaron: dos sustancias de alta efectividad: ANFO y Semtex (ésta de origen checo, pero que llegó a México vía Cuba), que juntas podrían hacer volar una torre de oficinas, como ocurrió en el edifico federal, en Oklahomma, en Estados Unidos.
Colocar ahora esos explosivos, en un edificio tan vigilado como es Pemex y con controles mega estrictos, pareciera algo imposible. Se requieren por lo menos de 18 hombres. El costo de cada explosivo es de 12 mil pesos aproximadamente. Es tarea de expertos y de cómplices.
De ser cierta la teoría del atentado, permitiría advertir que quienes sembraron los explosivos y no se tentaron el corazón para acabar con vidas valiosas, pudieran tener filiación de ultraderecha, los despojados del poder, los residuos del Yunque. En cambio, la guerrilla urbana de los años 70 y aún los que atacaron al PRI el 6 de noviembre de 2006, preservaron la integridad de la gente inocente.
Daban aviso con anterioridad para desalojar instalaciones o advertían minutos antes de que se registrara la explosión para que cualquiera se pusiera a salvo. Incluso, la bomba colocada afuera del Sanborns en avenida Insurgentes, ni siquiera la hicieron estallar. Las explosiones fueron de madrugada, sin víctimas humanas. Así operan. A menos que hayan variado su patrón de conducta y se hayan vuelto carniceros.
Otra hipótesis sobre el siniestro ocurrido junto a la Torre Ejecutiva de Pemex, va en el sentido de que grupos radicales han lanzado un mensaje claro, directo y sumamente amenazante al Presidente Peña Nieto en torno a su pretensión de abrir Pemex al capital privado. ¿Pero a qué capital privado se refieren? ¿Al capital de los priístas o al capital de la derecha?
No es infundada, pues, la teoría del complot. Peña Nieto y los priístas traen en mente legislar fast-track para aterrizar la reforma energética, para permitir que el capital privado, incluido el extranjero, tenga como destino la paraestatal mexicana, vía asociación de Pemex con empresas privadas, las cuales no irían por un contrato sino por un porcentaje de las utilidades, las llamadas rentas, que reporten la perforación en aguas profundas en el Golfo de México, donde hay un océano de petróleo crudo, en yacimientos de gas y todavía más, quizá al cien por ciento en la refinación y la petroquímica.
Todo ello implica cambios constitucionales y que se vea vulnerada la soberanía de una empresa pública con carácter de estratégica, pero con graves matices de corrupción, llevada deliberadamente a una mala operación, antes por los priístas y luego por los panistas, con un precario mantenimiento, hasta convertida en objeto de venta de garaje. O sea, primero acábatela y luego malvéndela.
Peña Nieto tenía unas horas de haber retornado al país, tras participar en la cumbre de mandatarios de América Latina y la Unión Europea, en Chile, y de reunirse con la presidenta de Brasil, Dilma Rouseff, con quien adelantó que habría asociación de Pemex con la empresa Petrobras, cuando sobrevino la explosión en el complejo administrativo de Pemex. Días antes se hizo pública la asociación de Pemex con Mexichem para operar de manera conjunta lo que queda del complejo petroquímico Pajaritos, en Coatzacoalcos. ¿Es casual?
Como sea, la explosión en el edificio B-2 del centro administrativo de Pemex, el jueves 31, sacudió no sólo a la sociedad sino las estructuras de Peña Nieto, y obvio puso en la palestra de las discusiones la fragilidad de su gobierno. Queda por ver si la teoría del atentado se confirma o si el régimen, fiel a su costumbre, sostiene que fue una acumulación de gas y aquí no ha pasado nada. Aunque sí pasó: murieron 36 mexicanos y otro centenar resultó herido.
Por lo pronto, mientras los peritajes caminan, la hipótesis del complot sigue ganando terreno.
Archivo muerto
In crescendo el malestar de los maestros de la zona de Córdoba, Veracruz, el terruño adoptivo del gobernador Javier Duarte de Ochoa, y este martes 5 de febrero alcanzará niveles de crisis. Cerca de 2 mil trabajadores de la educación, integrantes de la Sección 32 del sindicato magisterial, tomarán las oficinas de la organización; expresarán su repudio al cacique sindical, Juan Nicolás Callejas Arroyo, y a su símil Gaudencio Hernández, por la falta de una estrategia para enfrentar la reforma educativa del gobierno de Enrique Peña Nieto. Además de desconocerlos por vendecausas y porque las protestas oficiales son sólo una pantalla dejar hacer, dejar pasar, marcharán por la calles de Xalapa hasta llegar al Congreso de Veracruz, donde su repudio quedará patente. Mal y de malas el gobernador Javier Duarte, en el día de la Promulgación de la Constitución Mexicana. Los maestros provenientes de Córdoba de sus amores, dejan en claro que sobre ellos no hay pastoreo, ni cabildeos, ni nadie que los escuche y menos quien les resuelva, y por ello están fuera de control. ¿Qué dirá Peña Nieto de la ineficiencia del gober?…