El duartismo está de fiesta; les regalaron el PRI

Repudiado, inservible, al PRI sólo faltaba que el duartismo lo cooptara y lo cooptó. Su hijo preclaro, Adolfo Ramírez Arana, es el nuevo sátrapa al frente del tricolor en Veracruz.

A su vez, el fidelismo, que es una fábrica de hampones y rufianes que merodean el poder, llevó a Lorena Piñón —en alguna elección fue Piñón azul panista— a la secretaría general del comité estatal.

O sea, queriendo dar un salto al futuro, el PRI volvió al pasado brutal.

Los que saquearon a Veracruz lo agradecen. Los que inventaron empresas fantasmas lo disfrutan. Los soñaron ser ladrones de cuello blanco y lo lograron, se regodean.

Ramírez Arana y su esposa, Ana Rosa Valdés, son adictos al poder y al negocio que entraña el poder.

Si Adolfo fue alcalde de Pasos de Ovejas, Ana Rosa también. Si Adolfo fue diputado local, Ana Rosa lo intentó y en la maroma se quedó. Si Adolfo se montó en el lomo del dinosaurio priista, Ana Rosa igual. Su respetable esposa es, literalmente, su compañera de correrías políticas.

Llega Ramírez Arana a la presidencia del PRI estatal por un dedazo, el de Alejandro “Alito” Moreno Cárdenas, líder nacional, que así revitaliza a las viejas lacras, los depredadores de las instituciones y el erario que hicieron de Veracruz un botín.

Ramírez Arana, un insigne fidelista de conductas violentas y tretas políticas, releva a Marlon Ramírez Marín, otro adicto al poder, que cumpliera su período de cuatro años y si no se le orilla a irse, ahí que se quedaría per saecula saeculorum, por los siglos de los siglos.

Ramírez Arana y Marlon Ramírez son galgos del mismo establo. Políticamente, nacieron con Fidel Herrera, el ex gobernador, y Javier Duarte, el ladronazo que hoy purga condena de nueve años por saqueo al erario, los hizo a su imagen y semejanza.

La sucesión en el PRI veracruzano es la estampa de un proceso manoseado y una simulación calculada.

Hace cuatro años, el PRI convocó a su militancia, simulando que son bien democráticos. Hubo voto secreto, compitiendo los fidelistas contra los duartistas. Y todos se acomodaron. Algo así como rifa entre amigos.

Marlon Ramírez fue el ganador y Adolfo Ramírez el que cargó con la derrota. Pero de ahí para acá, Marlon fue un fiasco.

Es un perdedor nato. 2021 fue su Waterloo. El PRI perdió 19 de 21 diputaciones federales —sólo un priista, Pepe Yunes, logró triunfar en el distrito de Coatepec; la otra victoria fue para la panista Maryjose Gamboa Torales, en el puerto de Veracruz—. En las 30 diputaciones locales el PRI no pintó.

Al interior del PRI, Marlon Ramírez fue peor. Provocó el divisionismo, el alejamiento de la militancia, el éxodo a Morena, al Partido Verde, al Partido del Trabajo. Y qué decir con el manejo de las prerrogativas económicas. Se le imputó falta de pago al personal mientras a sus “aviadores” se les depositaba puntualmente. El PRI nacional ofreció auditar su gestión, algo que nunca ocurrió.

El PRI de Marlon fue un PRI duartista. Y el PRI de Ramírez Arana sigue siendo duartista.

De ahí el repudio social, el desprecio del electorado, el desdén en las urnas, el crecimiento de Morena. Y el éxodo del priismo, limitada a observar cómo se sacia la cúpula voraz.

Ramírez Arana fue un malandro de poca monta cuando se iniciaba en el PRI. Violento, prepotente, un día paró en la cárcel por agresión a otro joven en un antro.

La reseña de su instinto delincuencial se ha vuelto a viralizar en redes sociales. Lo han destrozado. No hay virtudes para dirigir a una partido impactado por el fenómeno Morena. Su único mérito es ser duartista. Con eso cubre el perfil.

No hay una imagen del fichaje policíaco ni su estampa portando el número de registro, pero sí el rostro del Adolfo Ramírez joven, cabello alborotado, mirada de gañán.

“Fofo”, como se le conoce, pasó por la pinta de bardas y el acarreo en las campañas hasta encumbrarse a presidente del Frente Juvenil Revolucionario del PRI. Y años después se lanzó por cargos de elección de popular, el dinero de las arcas públicas, el combustible para vivir de la política.

Pues “El Fofo” Ramírez Arana llegó a ser alcalde de la tierra que lo vio nacer, Paso de Ovejas, no lejos de Xalapa. Entonces creció. Su bolsillo se llenó. Y mientras la cuenta aumentaba, el Órgano de Fiscalización Superior de Veracruz le observaba irregularidades.

No concluyó su gestión. Llegó al Congreso de Veracruz como diputado local, pero armando la estructura con que su esposa, doña Ana Rosa Valdés, ganó la siguiente elección. Fue, tácitamente, una sucesión monárquica.

Ana Rosa quiso ser diputada local y fracasó. Aquel episodio fue histórico. La pareja pirotécnica volvió a hacer de las suyas. Tuvieron la osadía de postularse simultáneamente en el proceso interno del PRI para la candidatura a la diputación local de Emiliano Zapata, en 2021. Ambos por el mismo cargo. Ninguno lo logró.

2021 fue un año fatídico para el PRI. En la contienda por el Congreso de Veracruz, ningún priista ganó las diputaciones de mayoría. Y las tres plurinominales son de Marlon Ramírez, Arianna Ángeles y Anilú Ingram. La única diputación federal fue para José Francisco “Pepe” Yunes Zorrilla, por méritos propios, a contrapelo de un sector del priismo, de los allegados a Marlon Ramírez y a Fidel Herrera y Javier Duarte, que atizaron el fuego amigo.

Ramírez Arana es un tipo con suerte. Y con mañas. No ganó la presidencia del PRI estatal hace cuatro años pero sí el liderazgo del sector popular, la CNOP. Y desde ahí escaló para suceder en el cargo, por dedazo de Alito Moreno, a Marlon Ramírez.

El PRI en Veracruz tiene dueño. Son los fidelistas, como Jorge Carvallo, ex alfil de Fidel Herrera Beltrán, líder del Congreso estatal con Javier Duarte, quienes regentean el negocio.

Son los duartistas como Marlon Ramírez Marín, subsecretario de gobierno con Fidel Herrera y Javier Duarte. Son los dueños de la franquicia.

No hay en el PRI relevo generacional ni relevo de grupos. La banda está atrincherada a las prerrogativas económicas que por ley recibe el PRI, dispersadas entre “aviadores”, amigos, choferes, nanas, encargados de rancho, esposos, amigas con derechos, mientras al personal administrativo y dirigentes se les han llegado a adeudar hasta cinco quincenas de salario.

No hay visión a futuro. El priismo, las bases, la militancia no cuenta. Deciden las huestes de Fidel Herrera y Javier Duarte, sin ceder a otras corrientes un centímetro de poder, simulando combatir a la corrupción, exhibiendo las trapacerías del morenismo, las corruptelas y atropellos a la ley del gobierno de Cuitláhuac García Jiménez, sólo con el fin de regatear las candidaturas a diputaciones federales y locales plurinominales, o la senaduría por lista nacional.

El espectáculo es grotesco. El PRI fidel-duartista no cosecha votos. Ese PRI representa el saqueo a las arcas de Veracruz, la soberbia del poder, el atropello y el abuso, las fortunas millonarias al amparo del tricolor, la construcción del santuario Zeta, la inacción ante la violencia, el cementerio clandestino en que se convirtió Veracruz.

Se fue Marlon Ramírez y llegó Adolfo Ramírez Arana. Más de lo mismo.

“Don Fofo” es el rostro de Javier Duarte. Y ese lastre resta votos.

Con “Don Fofo” Ramírez Arana, el duartismo cooptó al PRI.

Archivo muerto

Qué honor para Nahle. Desde su celda, Javier Duarte le da su aval. El reo, con su solvencia moral, dice que Rocío Nahle es elegible para ser gobernadora. No sería, afirma el gordobés, la primera no nativa de Veracruz en ocupar el cargo. Ahí están “don Fernando Gutiérrez Barrios, Patricio Chirinos Calero o Miguel Alemán Velasco, quienes fueron espléndidos gobernadores”, cuenta el recluso. Pues no va por ahí. Gutiérrez Barrios, Chirinos y Alemán nacieron fuera del territorio de Veracruz pero eran hijos de veracruzanos y oficialmente tuvieron actas de nacimiento que acreditaron su origen jarocho. Rocío Nahle García, no. Nahle incumple los dos párrafos del artículo 11 de la Constitución local que determina la condición del veracruzano: haber nacido en el territorio o fuera de él pero ser hijo de padre o madre veracruzanos. Nahle puede vociferar —Javier Duarte también— que la residencia de 30 años le da esa condición. Pero no es así. Nahle es zacatecana, de Río Grande, y no es hija de padre o madre veracruzanos. Así viva mil años en Veracruz, no acredita la condición de VERACRUZANA, que es el primer requisito para ser gobernador. Punto. Quien desde la prisión la impulsa, o sea Javier Duarte, habla con la calidad moral que lo distingue tras el saqueo a Veracruz, y su sentencia, por ahora, de nueve años tras las rejas. Rocío Nahle debe sentirse honrada. Se requiere del espaldarazo de tan ilustre especimen cuando las aguas apenas se comienzan a agitar. Ya verá lo que es navegar con olas de huracán… Donde anda “El Pámpano”, inevitablemente hay truculencias legales. Su protegido, el juez Gregorio Esteban Noriega Velasco, juez de Control Adscrito al Juzgado de Proceso y Procedimiento Penal Oral del VII Distrito Judicial en Poza Rica, Veracruz, liberó un terreno en que estuvo secuestrado el periodista Richard Villa, el que por fortuna pudo regresar con bien. Noriega Velasco, de negro historial en sus días como proyectista en el Juzgado Primero de Primera Instancia, en Coatzacoalcos, ascendió a juez y hace mancuerna con Manuel Fernández Olivares, “El Pámpano”, el poder tras el trono en la Fiscalía General de Veracruz. Hay un juicio de amparo para evitar que la propiedad, usada en un secuestro y donde fue hallado el comunicador, quede liberada sin mayor trámite. Noriega Velasco fue proyectista cuando “El Pámpano” era juez primero; o sea, su jefe. Luego maniobró para que Noriega Velasco fuera transferido a Xalapa, más tarde ascendiera a juez en San Andrés Tuxtla y finalmente fue adscrito a Poza Rica. La liberación del terreno en que estuvo secuestrado Richard Villa, reportero e hijo del director del portal Presente Veracruz, Jesús Villanueva, tiene tintes de influyentismo. El predio se denomina La Muralla, está situado en Poza Rica y es propiedad de Ganadería Pastejé, cuyo dueño es el empresario Carlos Peralta Quintero, hijo del famoso Alejo Peralta, uno de los hombres más influyentes durante el priismo del siglo XX, amigo de presidentes, secretarios de Estado, gobernadores, legisladores y “novio” de la actriz Irma Serrano, “La Tigresa”. Alejo Peralta fue fundador de la empresa IUSA, especializada en suministros eléctricos con facturación de 12 mil millones de pesos sólo en el sexenio de Enrique Peña Nieto. Carlos Peralta, creador de la telefónica Iusacel, fue literalmente quien salvó a Raúl Salinas de Gortari al advertir que el dinero hallado en un banco suizo era producto de un fondo de inversión creado por Peralta. La liberación del rancho La Muralla es ilegal. El predio sirvió como espacio para mantener secuestrado a Richard Villa. Debió aplicarse la Ley de Extinción de Dominio. El juicio de amparo se halla en trámite pero va descorriendo diversas irregularidades cometidas por el juez Gregorio Esteban Noriega Velasco, de las que la Fiscalía de Veracruz no impugna nada. Hay mar de fondo. El obradorismo que protege al salinismo, porque qué personaje pudo haber pedido al gobernador Cuitláhuac García, y éste a la fiscal Verónica Hernández Giadáns, y ésta al “Pámpano” Fernández Olivares, y éste al juez Noriega Velasco liberar el rancho La Muralla, propiedad de Ganadería Pastejé, sin que se deslinden responsabilidades y se esclarezca si el predio sirve como área de seguridad de una banda delincuencial dedicada al secuestro. Sólo dos personajes pudieron mover esos hilos: Andrés Manuel López Obrador y el director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett Díaz… Sin Marcelo Montiel, Rocío Nahle sería nada. Marcelo operó en su contra en 2012, llevando al priista Joaquín Caballero Rosiñol a la diputación federal por Coatzacoalcos. Aún siendo elección presidencial, aún colgándose del efecto López Obrador, Nahle perdió. Y aprendió la lección. Tres años después, en 2015, pactaron. El mapache de Naranjos movió su estructura. Le allegó votos reales y votos chuecos. Le dio a Morena su primera diputación federal. Y Nahle se encumbró. Montada en los hombros del priista, y de los marcelistas, se proyectó. Luego vendrían la alcaldía de Coatzacoalcos para el morenista Víctor Manuel Carranza Rosaldo, en 2017; las diputaciones federal y local, la senaduría, el gobierno de Veracruz y los votos para el mesías macuspano en 2018. Y en 2021, la alcaldía para Amado Cruz Malpica y las diputaciones federal y local de Tania Cruz Santos y Eusebia Cortés. A cambio, las estructuras del marcelismo se incrustaron en la nómina municipal, y los negocios fluyeron. Hoy, a la distancia, en su rancho, en Naranjos, municipio de Puente Nacional, donde ya hizo alcalde a su hermano Roberto, vía PVEM-Morena, Marcelo Montiel teje lo que será la próxima elección. Sus huestes en Coatzacoalcos lucen mantas con la leyenda “Nahle Va”. Sus fachadas alojan la propaganda de la campaña anticipada de la zacatecana. El marcelismo se vuelca en torno a la oriunda de Río Grande, municipio frijolero, situado en la frontera con Durango, a miles de kilómetros de Veracruz. En 2024, gobierne o no Rocío Nahle por aquello del impedimento constitucional a aquellos que no son veracruzanos por nacimiento, será la fase final del pacto. Y la última vez que Marcelo Montiel operará para Morena. En 2024, el marcelismo tendrá manos libres para contender por la alcaldía de Coatzacoalcos. Y en 2025, un marcelista, no necesariamente Marcelo Montiel, será presidente municipal. Los pactos se cumplen. Los pactos terminan. O los pactos se renuevan. Los intereses, no los ideales, son los que mandan…

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Foto: Sin Embargo