Cuando la policía del gobernador tirotea universitarios

* Persecución, allanamiento y disparos  * Y Cuitláhuac incrimina a los jóvenes :  “A veces portan armas de manera ilegal”  * La novena pasajera  * La joven Galland, testigo clave en la tragedia del Calzadas

Entre el olor a pólvora, los ríos de sangre y la policía que extorsiona y dispara, y hiere y mata, Cuitláhuac no solo cuenta los días para largarse sino que también cuenta los cientos de muertos a manos de sus sicarios, sus matones, los de la SSP.

Ya perdió el hilo de cuántas víctimas lleva la Policía estatal o los verdes de la Fuerza Civil, trabados todos, codo con codo, en un sprint siniestro por sumar tumbas y cruces en los panteones, o de coser a golpes a sus víctimas inocentes, o de tablearlos al estilo narco, o de ultimarlos porque sabían demasiado o simplemente porque tenían ganas de matar.

De Totalco a Xalapa, de Lerdo a Coatzacoalcos, de Córdoba a Boca del Río, la muerte define a este sexenio criminal. Y no es cualquier muerte. Es la que brota de la altivez y soberbia, la prepotencia, los policías psicópatas que han sentado su reino en Veracruz.

No se apagan los fuegos de Totalco y ya se prendieron los de Xalapa. No dejan de llorar a Alberto y Jorge Cortina, ajusticiados por policías por la gravísima falta de haberlos enfrentado cuando tomaron la carretera Perote-Puebla protestando porque Granjas Carroll, la empresa criadora de cerdos les contamina su agua, cuando ya hay nuevas víctimas, los jóvenes de la Ibero Puebla tiroteados en Xalapa, la capital.

Y no es porque sea Xalapa. Y no es porque sean dos jóvenes universitarios matriculados en la Iberoamericana de la capital poblana que se hallaban de vacaciones en Veracruz. Es por la conducta criminal de la Policía Estatal y, peor, mucho peor, por la defensa airada de los matones a cargo de Cuitláhuac García Jiménez, el remedo de gobernador, extraído de Morena, un imbécil que ya no sabe qué decir.

Otra vez un cerco policíaco. Otra vez la gente que intuye que se si es sometida a revisión tendrá que lidiar con delitos fabricados, con un automóvil en el corralón, con horas o días en prisión, con toda una pesadilla de extorsión, y el riesgo, siempre el riesgo, de armas y droga sembradas y años enfrentando un juicio penal.

Obvio era que los jóvenes de la Ibero hicieran lo que hicieron. No cedieron. No se dejaron revisar. Arrancarony aceleraron. Burlaron el cerco hasta sentir las descargas de las armas criminales, las de la policía morenista, las de la policía de Cuitláhuac García que ha sembrado el terror en Veracruz.

Madrugada de violencia aquella del 24 de julio. Dos jóvenes fueron atacados en La Estanzuela, municipio de Emiliano Zapata, conurbado a Xalapa. El varón murió; la mujer fue herida. Y se activó un Código Rojo.

Seguridad Pública instaló retenes. Intensificó patrullajes. Estructuró un perímetro para dar con los responsables, restringiendo la circulación en las salidas a Xalapa.

Minutos después se escucharon disparos en el fraccionamiento Residencial del Lago, atrás de Plaza Américas. Los impactos se escuchaban en un video que se viralizó en redes sociales, pero no se identificaba el sitio donde ocurrían los hechos y si era un choque entre bandas criminales.

“Cuídense, enciérrense en su casa. Balacera dentro del Residencial Lago. Ahora sí, gente, se armó”, refería Azul Fernández, representante del albergue de animales Ada Azul Benson.

Huyeron hasta llegar a un domicilio en la unidad habitacional Valle Real. Ahí les dieron refugio. Impidieron que la policía se los llevara. Se negoció que paramédicos del grupo Panteras revisaron su estado de salud. Tras ver las heridas, los trasladaron al hospital Ángeles, en Xalapa.

Al amanecer se midió la dimensión de la agresión. La versión oficial: al ser conminados a una revisión, los jóvenes universitarios huyeron. Golpearon un par de motociclistas de la Policía y aceleraron. Los uniformados fueron tras ellos.

Y fueron tras ellos como sicarios en éxtasis, a punta de pistola, lanzando tiros, soltando bala, allanando el fraccionamiento, dejando siete impactos en la camioneta Tundra y en el cuerpo de los jóvenes de la Ibero Puebla.

Y entonces vino la exculpación. Cuitláhuac García no va contra los policías que asedian y detonan la fuerza excesiva, que pudiendo disparar a las llantas del vehículo lo hacen sobre la humanidad de la gente. Va contra el agredido, la víctima. 

Revictimiza cuando suscribe la coartada de su policía criminal. Condena cuando juzga sin juicio. Encubre cuando imputa delitos que no existen.

Suelta dos frases clave: los jóvenes arrollaron a dos policías que tripulaban motocicletas y “a veces portan armas de manera ilegal”.

Esa frase es clave: “a veces portan armas de manera ilegal”.

Pues no. Así han incriminado a cientos y miles de ciudadanos inocentes.

Es la Fuerza Civil la que siembra armas. Cítese en caso de los ciudadanos que residen en Estados Unidos y llegaron a pasar sus vacaciones a Actopan y terminaron golpeados, reprimidos, acusados de posesión de armas, un infundio que provocó un conflicto diplomático cuando intervino la embajada de Estados Unidos y los tuvo que liberar.

Fueron mandos de la Policía estatal los que desaparecieron, mataron, enterraron clandestinamente a Juan Alan Cuetero, “Archi”, ex director de la Policía Vial. El entonces secretario de Seguridad Pública de Veracruz, Hugo Gutierrez Maldonado, lo sabía y lo encubrió. Renunció cuando el caso fue ventilado en la conferencia mañanera del presidente Andrés Manuel López Obrador.

Es una policía que delinque, que tortura, que asesina, que levanta y desaparece. Es una policía con vínculos con la delincuencia. La de Coatzacoalcos aparece en narcomantas como “El Cártel de la SSP”.

Es una policía asociada a la violencia, a la agresión, a la muerte.

Y así cuenta los días Cuitláhuac García, los cuatro meses que le quedan para largarse y dejar a Veracruz maltrecho.

Y cuenta los cientos de muertos a manos de sus sicarios, sus matones, los cuerpos de élite de Seguridad Pública, la fuerza represiva que ataca a la población.

Fue Totalco, es Xalapa y aún habrá más.

 

METADATO

 

La novena pasajera es la clave. La chica, de apellido Galland, salvó la vida en el accidente que segó la vida de siete jóvenes en el río Calzadas. Milagrosamente pudo saltar de la camioneta Suburban, propiedad del contratista Juan Carlos Fong Cortés, en el que perecieron ahogados sus siete amigos. Su testimonio será revelador, como lo sería el de Ana Fong López, la conductora del vehículo, sacada de la escena de inmediato, llevada a Cancún, Quintana Roo, y de ahí a Miami, Florida, Estados Unidos. A partir de ahí se sabría si fue accidente, homicidio culposo u homicidio imprudencial agravado con pena de ocho años de prisión. Aquella noche, el sábado 13 de julio, la joven Galland, la novena pasajera, libró la muerte pero la Fiscalía de Veracruz se reserva la verdad de la tragedia. No declaran aún o ya lo hicieron pero entre el sigilo y el maquillaje, quizá por los nombres de personajes hoy relevantes, empresarios y contratistas vinculados al poder político. Juan Carlos Fong es allegadísimo a la gobernadora electa de Veracruz, Norma Rocío Nahle García, y a su esposo, José Luis Peña Peña, el futuro vicegobernador. La joven Galland es sobrina de Oscar Fosado Monzalvo, constructor favorito del Clan Nahle, el que construyó el Parque Miguel Hidalgo (aunque lo dejó a medias) en Coatzacoalcos, obra asignada por el ex alcalde Víctor Manuel Carranza Rosaldo, también integrante de la pandilla de Nahle. Fosado es mencionado por el colega Gerardo Enríquez Aburto como futuro secretario de Infraestructura y Obras Públicas del gobierno veracruzano, con un historial explosivo. Fosado es tío de la novena pasajera. Cuántos nombres, cuántos intereses, cuánto misterio y la muerte de los siete jóvenes en las aguas del Río Calzadas sin justicia… 

 

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Foto: Diario de Xalapa