No es santa ni milagrosa. No le salva el alma nadie. Le sobra, eso sí, a la guadalupana de Minatitlán, como la bautizó un periodista servil en un lance demencial, audacia y descaro, impunidad y desprecio a la ley, imputada e intocada Guadalupe Porras David en un fraude por más de 100 millones de pesos.
Sus transas sí son de este mundo. Su gobierno, el ayuntamiento que le tocó presidir, fue obsceno, falto de ética, profundamente deshonesto, hasta el punto de malversar recursos, provocar un caos administrativo, ocultar contablemente recursos de origen estatal, emitir cheques sin cubrir los requisitos de ley, gobernar al margen del cabildo, desviar recursos al PRI, derrochar dinero en imagen personal, golpear a sus críticos y transgredir todo el orden legal.