Dormía Liliana Castro Muñoz. La levantó el estruendo, las llamas, el olor a combustible quemado. Tomó a sus dos hijas y junto a su esposo, dejó la vivienda. Esa madrugada, impotente, vio cómo el fuego consumía todo.
Su caso llegó al Congreso federal. Ahí se abordó el atentado. Se planteó el nivel de violencia que impera en Veracruz, la crispación política, el ataque a las expresiones partidistas, el uso de los programas sociales federales para cachar votos y la mala fama del candidato oficial.