Es inmensa la ola de sangre que revuelca a Javier Duarte. Lo azota y lo destroza. Y él, diezmado por la muerte de miles, por las ejecuciones y ahora por el secuestro y crimen de Columba Campillo, habla en abstracto, sin reconstruirse, sin infundir tranquilidad, sin convencer que Veracruz se salvará.
Apabullado por la ira popular, por el reclamo de 8 millones de veracruzanos que ven el regreso de la violencia, la disputa del territorio, el tutelaje de los criminales sobre las instituciones, el gobernador vuelve al lugar común, al discurso sobado, a la demagogia de siempre: Veracruz está funcionando.