Literalmente, Javier Duarte anda en los suelos, arrollado y maltratado, su imagen hecha añicos, pieza de escarnio y mofas, pues no es común que un gobernador, queriendo darse baño de pueblo, termine de rodillas y escuche la risa burlona de todos a su alrededor. Qué oso, dirían los chavos.
Le sucedió en Córdoba, su tierra adoptiva. Acudió a la inauguración del gimnasio Javier Duarte Franco, que lleva el nombre de su padre, en la Secundaria General numero 1. Habló y agradeció. Luego, cuando ya iba de salida, se le ocurrió tomarse la foto —la selfie, le dicen ahora— con los estudiantes que se hallaban en las gradas.
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