* Ve vínculos de periodistas con el hampa * La amenaza y la advertencia * ¿Y su policía criminal, que tortura y extorsiona? * Zabludovski: más sombras que luz * La masacre de Tlatelolco y su silencio * Cómplice del sistema * Benito Argüelles, el síndico sin corona * Aprueba o veta contratos y convenios
A esas horas cualquiera anda en su juicio. Javier Duarte quién sabe. Convive con la prensa, comparte la mesa, come, bebe y ríe, y de buenas a primeras amenaza y amedrenta. “Pórtense bien”, dice. “Todos sabemos quiénes tienen vínculos y quiénes están metidos con el hampa”. ¿Todos?
Impredecible, ha vuelto a las andadas el gobernador de Veracruz en su cruzada contra periodistas a los que tilda de cómplices del crimen organizado, metidos donde no debieran y en la mira de la justicia.
Deja helada a la prensa que lo acompaña, atónita con lo que escucha. Comen ahí, en Poza Rica, para festejar la libertad de expresión, el martes 30. Disfrutan las viandas y como plato final les receta un postre amargo.
Habla Javier Duarte de periodistas criminales, voceros de la delincuencia y los categoriza como “manzanas podridas”.
No es fobia nueva. La trae el gobernador desde sus días de peón fidelista, secretario de Finanzas, diputado federal y candidato a la gubernatura. Decía que cuando sustituyera a Fidel Herrera no tendría piedad con los narcoperiodistas.
Llegó, pues, a gobernador y lanzó la andanada. Buscó y persiguió. Revivió expedientes judiciales, ejecutó órdenes de aprehensión, soltó la mano a la policía torturadora y luego, ya tras las rejas, cuando casi matan a golpes a un prestigiado columnista, corrían los médicos y las enfermeras para que el primer reo político del gober no perdiera la vida.
Días aquellos en que filtraba que Veracruz tenía narcoprensa, pero no ejecutó a nadie. Días aquellos en que lo frenó el baño de sangre, los 35 muertos del monumento a Los Voladores de Papantla, en Boca del Río; los muertos de la casa de seguridad en Veracruz; los 14 muertos que su gobierno se negó a admitir; los casi 100 ejecutados en aquel aciago mes de octubre de 2011, cuando el duartismo comenzaba a gobernar.
Postergó su obsesión de cazar periodistas presuntamente vinculados al narcotráfico, más cuando comenzaron a desaparecer, a ser levantados, a ser torturados o a ser ejecutados. Con Milo Vela, Misael López Solana y Yolanda Ordaz de la Cruz cristalizó el estado violento, inhóspito para los periodistas, tierra de muerte, el peor lugar a nivel mundial, no siendo zona de guerra, para ejercer el periodismo.
Hoy vuelve Javier Duarte a lo mismo. Y lo hace sin clase, grosero, irrespetuoso. Acude a un encuentro con la prensa de Poza Rica, en el norte de Veracruz, con ellos el convivio, la comida, las sonrisas. Y de pronto, asoma el ogro filantrópico, que pega y soba.
Aconseja el líder de la pandilla duartista a los periodistas “portarse bien”, que se alejen de la delincuencia organizada y que lo hagan por sus familias.
“No hay que confundir libertad de expresión con representar la expresión de los delincuentes a través de los medios”, decía puntilloso Javier Duarte. Aludía a la difusión de noticias que sirven a los criminales para posicionar su mensaje.
Habló de la estrategia del crimen organizado. “Tiende puentes”, dijo, con profesionistas, funcionarios de gobierno, policías, empresarios y periodistas.
Enfatizaba que “algunos de los colaboradores, trabajadores de los medios de comunicación, también están expuestos ante estas situaciones”.
Y luego la frase del patriarca:
“Pórtense bien. Todos sabemos quiénes andan en malos pasos. Dicen que en Veracruz sólo no se sabe lo que todavía no se nos ocurre. Todos sabemos quiénes de alguna otra manera tienen vinculación con estos grupos… todos sabemos quiénes tienen vínculos y quiénes están metidos con el hampa… pórtense bien por favor, se los suplico”.
Avizoró:
“Van a ser testigos de muchas cosas que van a suceder en próximas fechas en esta región”.
Exaltó el papel del Estado. De las instituciones de gobierno, dijo: “Somos más sólidos y fuertes y representamos los valores legítimos de la sociedad”.
Decía Javier Duarte que cuando se lanza un operativo, se debilitan las estructuras delincuenciales, comienzan las pugnas entre los criminales y los periodistas quedan en medio.
“Y si a alguien le ofende, le ofrezco de antemano una disculpa”, expresaba el gordobés.
Jugaba Javier Duarte con el rol de benefactor implacable:
“Lo digo de corazón, que ningún colaborador ni trabajador de los medios, se vea afectado por esta situación”.
Y de ahí, la advertencia:
“Vamos a sacudir el árbol y se van a caer muchas manzanas podridas”.
Y la amenaza sutil:
“Háganlo por sus familias, no por mí, pues si algo le pasa a ustedes, al que crucifican es a mí.
“Espero, lo digo de corazón, que ningún colaborador ni trabajador de los medios, se vea afectado por esta situación. Y solamente se van a ver afectados quienes de alguna otra manera tienen alguna vinculación con la delincuencia”.
Sus palabras son una joya. Es la reedición del Javier Duarte soberbio, altivo, sobradamente prepotente de inicio de sexenio.
Convoca a un convivio y termina acusando a integrantes de la prensa de ser cómplices del crimen organizado, de difundir sus mensajes, de ser sus voceros.
No da nombres, no categoriza, no identifica. Falta a la ley pues el que conoce de un delito está obligado a denunciarlo. Y no lo ha hecho. Callar y no actuar es complicidad.
Se lo dicen abogados, líderes políticos, periodistas que observan la verborrea duartista como un agravio y un intento de amedrentar.
“Pórtense bien”, dice Javier Duarte a los periodistas.
Pórtate bien, Javier Duarte, producto del fidelismo que abrió las puertas al narco, que convirtió a Veracruz en santuario Zeta, que arrendó el territorio, las rutas, los feudos.
Criminaliza con descaro y escupe al cielo. Si algo distingue a su gobierno es no observar la ley.
Que se porte bien su policía secuestradora, extorsionadora, torturadora y asesina, señalada en el caso del cantante Gibrán Martiz Díaz, levantado por elementos de Seguridad Pública, torturado en la Academia El Lencero. Lo retuvieron mientras Javier Duarte y su gobierno presumían en un evento que cumplían con los lineamientos para garantizar la seguridad.
A Gibrán Martiz lo ubicó su padre por el teléfono celular. El GPS estaba activo. La señal fue rastreada y pudo demostrar que lo tenían retenido en la academia policíaca. O sea, la academia de la tortura, los sótanos del poder, las mazmorras del duartismo. ¿Y qué pasó? Nada. Lo saben pero hay complicidad.
“Todos sabemos quiénes tienen vínculos y quiénes están metidos con el hampa”, dice Javier Duarte.
¿Todos? No. El gobernador anda en Saturno. No todos lo saben. Lo sabe él, Javier Duarte, y debió denunciarlo a su Fiscalía General o a la Procuraduría General de la República.
Irrita a la prensa crítica la imputación y el agravio. Conminan al gobernador a identificar a los periodistas que mantienen “vínculos y que están metidos con el hampa” y a consignarlos, como es su deber legal.
Majadero, desatinado, Javier Duarte invita a la mesa a la prensa de Poza Rica. Comen y beben. Y llega el postre: es la amenaza de llevar a la cárcel a periodistas con vínculos con el crimen organizado.
“Pórtate bien, Javier Duarte” y revisa quién anda peor.
Archivo muerto
Cómplice del sistema, Jacobo Zabludovski se fue entre condenas y denuestos, la ira de muchos, los que lo vieron ahogar la libertad de expresión y servirle al gobierno en turno y al PRI, y el elogio y el respeto de quienes suponen que por decirse redimido y contar sus culpas, tenía algo de integridad. Murió el periodista que hizo del oficialismo un alarde, “voz del gobierno” en los 60, 70, 80 y 90 hasta que no cupo más en la que decía era la casa de toda su vida: Televisa. Dominó la pantalla en un mundo mediático donde no había competencia, pues las primicias se reservaban para Jacobo en detrimento de todos, incluso de la TV oficial. 70 años dedicó al periodismo, la mitad como vocero de los peores gobiernos de la Revolución, servil al régimen criminal diazordacista, sin una crítica para la locura echeverrista, sin un acento para la frivolidad lopezportillista, omiso en el delamadridismo, salinismo y zedillismo. Acuñó frases aberrantes como aquella de “yo no traiciono a un amigo por una información”, o sea, primero los cuates y después la verdad, y su máxima expresión, cinismo puro: “Hoy fue un día soleado”. Sí y sangriento. Ocultaba lo ocurrido horas atrás, el 2 de octubre de 1968, los muertos que por decenas yacían en Tlatelolco, la Plaza de las Tres Culturas, el edificio Chihuahua, las banquetas y los jardines. Lo marcó esa frase agraviante, su día soleado, el tono de burla, el silencio ante la masacre, la complicidad con régimen asesino, la venda en los ojos, la voz acallada. Años después diría que no podía hacer más por la vinculación de la empresa televisiva con el gobierno. Sí y tampoco podía cuestionar los fraudes priístas en todo proceso electoral, las gubernaturas arrancadas por la acción de los mapaches, el robo democrático, negado el micrófono para la oposición, los espacios para la denuncia. Escribía en Siempre, un medio crítico donde tampoco testereó al gobierno. Zabludovski no fue un soldado del sistema al que se le obligara a callar. Lo hacía con conveniencia y ambición. Atesoró fortuna, cosechó prebendas, viajó por el mundo, su voz oída y acatada incluso entre secretarios de despacho. Gozó de las mieles de un sistema del que hablaría oprobio y medio años después. Entrevistó estadistas, personajes, artistas, sólo para el currículum, sin que uno haya objetado al régimen que don Jacobo solía encubrir. Un día grabó clandestinamente a Gabriel García Márquez. Lo llevó a un restaurant. Sus reporteros portaban micrófonos, debajo de la mesa los aparatos de escucha, las cámaras ocultas en todo el lugar. Y Gabo habló. Habló sin medirse, creído que era charla entre pares y amigos. Luego le mostró las escenas, sorprendido el autor de Cien Años de Soledad. Finalmente, encajonado, aceptó la difusión de la “entrevista”. Muere Zabludovski este jueves 2. Como a todos los crápulas, le hallan y le sobran virtudes. Fue la estrella de una televisión sometida, su rostro a diario en la pantalla, lo audífonos grotescos, la pose petulante. De Televisa pasó a la radio y al periodismo escrito. Ahí quiso ser otro, crítico, sin ataduras, aleteando para ser visto, cosechando premios inmerecidos porque si algo tuvo Zabludovski fue un compromiso con un régimen que limitó la democracia, que sojuzgó a los pobres, que llevó a México al límite de su resistencia. Muere sin gloria, con el aplauso de quienes no lo vieron silenciar la verdad y el rechazo de quienes sí atestiguaron cómo manipulaba la información. Como figura pública, solo queda confrontarlo con lo que hizo en el periodismo mexicano… Benito Argüelles es un rey sin corona. Cerca de la sindicatura, actúa como síndico de Coatzacoalcos. Pasan por sus manos contratos y convenios, documentos clave, los expedientes X del ayuntamiento local. Lo que aprueba, va; lo que no, es rechazado. No es el director jurídico de los tiempos de Marco César Theurel Cotero —“Te rompo tu puta madre”—, pero usa un poder que ejerce a trasmano, a la vista la incapacidad de la síndica Alejandra Theurel Cotero, hermana de ya saben quién. Hay quien recuerda que la síndica no sería ella sino Benito Argüelles, pero como suele ocurrir, del plato a la boca se cae la sopa, y en un momento de arrebato, los rasgos de la bipolaridad, Theurel lo dejó fuera y optó por la consanguinidad. Benito Argüelles es asesor jurídico de la sindicatura pero tiene más poder de veto que el cabildo en pleno. Obvio, gracias a la mediocridad de los regidores que se supone son mayoría pero se conforman con una caja chica…
twitter: @mussiocardenas