A regañadientes se fue Rubén Espinosa de Veracruz. Creyó en el exilio, en la distancia, en que perdido entre la mancha urbana del DF le permitiría disuadir a los sicarios y a los patrones de los sicarios, duartistas o no duartistas, bermudistas o no bermudistas, y así diluir su sentencia de muerte. Pero el exilio falló.
Murió a manos de chacales, pasado por la tortura, con un tiro de gracia, presumiblemente colgado, en un departamento de la colonia Narvarte donde horas antes departía con amigas y amigos, con Nadia Vera Pérez, activista social, con dos mujeres más y luego la empleada doméstica que encontraron una final sangriento y brutal.
