Rijoso y pendenciero, Javier Duarte teje su desgracia y en un alarde insólito logra lo impensable: inquietar, por igual, a Los Pinos, a Beltrones, a Gamboa Patrón, todos viendo a Veracruz en un escenario de derrota electoral, de corrupción, de encono y conflicto.
Vuelve al plano nacional. No es por sus muertos institucionales. No es por Rubén Espinosa, el periodista al que sus esbirros hostigaron, siguieron en su exilio y llenaron de temor. Rubén, el fotoperiodista de Proceso, Cuartoscuro y AVC, sería asesinado el 31 de julio en el DF, convenientemente en el DF.