Alevosa, temible, la Fuerza Civil no llegó para sembrar paz. Está para sacudir a Veracruz, su mano para reprimir, su poder para intimidar. Y ahora, contraria a su esencia, es acusada de levantar personas, de torturar, de incriminar y de desaparecer con total impunidad.
Salió peor, pues, el remedio que la enfermedad, cuando el baño de sangre no termina y la violencia convierte a Veracruz en otro Tamaulipas, en otro Michoacán, en otro Guerrero. Pero aquí, con la agravante que quien debe cuidar al pueblo, lo agrede y lo sumerge en el miedo.
