80 años, 66 de ellos en Pemex, testigo marginal de la pequeñez de este sindicato petrolero ante un Pemex que da vergüenza
Hace 36 años debió jubilarse. Pero no. El poder marea, ciega, aturde. El poder es adictivo.
Y si Ramón Hernández Toledo hubiera pasado a retiro en Pemex al alcanzar sus 30 años de petrolero, no habría cumplido su sueño de ser líder de la Sección 11.
Su pecho no es bodega; su cuerpo sí. Y ahí acumula y concentra las decisiones, las ocurrencias, los tinos y desatinos, sosteniendo a una organización que es vital en la marcha de la industria petroquímica en el sur de Veracruz.
Sostiene Hernández Toledo a una Sección 11 que recibió en crisis, con una deuda impagable, la quiebra en el horizonte, la amenaza de embargo, sin rumbo desde que Francisco Javier “Chico” Balderas Gutiérrez murió.
La nave no zozobró. Don Ramón la mantuvo a flote. Y así, por los siglos de los siglos, porque estos líderes, si pudieran ser milenarios, lo serían.
Los años pasan; la salud cobra la factura; lo que era claro, oscurece, y hay que reposar. Pero Ramón Hernández Toledo, como todo líder, se cree eterno. Y se aferra al cargo. Y se mantiene con los leales y los traidores por igual. Y premia a su gente, se deshace del que es abusivo —Carmen Carrizosa, la mandamás—, sabiendo que esto es un circo con un final inevitable.
Don Ramón, ya vencido por sus más de 80 años, 66 de ellos en Pemex, testigo marginal de la pequeñez de este sindicato petrolero ante un Pemex que da vergüenza, no formó estirpe para la sucesión.
Quizá lo releve Manuel de Jesús Toledo o Alfredo Yuén Jiménez, que ya también cascabelea, o Eleuterio de la Rosa, o Jorge Tadeo. Nadie de su familia.
Ramón no es eterno; ya se debió ir. Mejor recordarlo en la plenitud y no acabado como está…