* Delegado de Gobernación federal * Rocío no lo quiso como número dos en su gabinete * Cinco años pregonando que sería secretario de Gobierno * Bouzas y Adriana, entre el negocio y la censura * Esposa de Amado hace rifas chuecas * Cercanos a Nahle en Coatza se avientan negocios con los Yunes azules
Así sonrían, así se abracen, y sigan el guión del poder, y hagan una y otra y otra maldad, lo cierto es que Juan Javier Gómez Cazarín fue expulsado del paraíso. Rocío Nahle no lo quiso. Lo congeló.
No le dio ni la Secretaría de Gobierno ni la jefatura de la Oficina de Gobierno. No lo quiso en finanzas, ni en desarrollo social, ni en infraestructura, ni en sueños de secretario particular.
Nahle, que no se guarda nada y que todo se lo cobra, dejó al líder del Congreso fuera de su gabinete, con una limosna, la delegación de la Secretaría de Gobernación federal en Veracruz.
Políticamente, Gómez Cazarín está fuera. No halló cabida en el equipo de Rocío Nahle García.
Así le tejan milagros y se cuenten anécdotas para suavizar la derrota, Juan Javier Gómez Cazarín fue echado del círculo rojo, donde se ejerce el poder.
Una fotografía. El “Carón” de Hueyapan flanqueado por la futura presi, Claudia Sheinbaum Pardo, y la zacatecana Nahle, ilegítima gobernadora electa por no ser nativa de Veracruz. Todos sonríen.
La imagen es sublime. Es como el pavo invitado a la cena de Navidad. Lo adornan. Lo rellenan. Le inyectan el mejor vino. Lo bañan en su jugo. Lo asan a fuego lento. Y preside su sacrificio desde el centro de la mesa, en el sitio de honor. Luego lo destazan sus verdugos.
Se esfumó la Secretaría de Gobierno porque ahí no podía estar un multiacusado de diversos delitos y abusos extralegales. Desde las transas en la Volkswagen de Coatzacoalcos cuando era vendedor de automóviles, que luego no entregaba, hasta el rollo de Coyame en el que despojó hasta a sus prestanombres, y qué decir de los alcaldes asediados, perseguidos, desaforados, encarcelados.
Se le fue la segunda posición en el gabinete estatal, jodido por su bajo perfil para negociar, menos aún para respetar la ley y honrar la Constitución. El “Carón” Cazarín ostenta el récord de más leyes declaradas inconstitucionales por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, entre ellas y en primerísimo sitio la Ley Nahle con la que le quiso inventar condición de veracruzana a la zacatecana, su antigua madrina.
Las ínfulas de Gómez Cazarín son el retrato de Morena. Encarna al sátrapa de barriada al que las asonadas del pueblo encumbran buscando un mequetrefe para cubrir las vacantes del poder. A falta de un ilustrado, el pillo a la mano se vuelve rey.
Gómez Cazarín quiso ser el número dos en el gobierno de Veracruz. Casi lo logró. Se desdibujó al sentir el frío de Rocío Nahle, las palabras de evasión, la ausencia de señales.
Nahle lo usó. A lo largo de cinco años fue un aliado sin par. Servía de contrapeso a Eric Patrocinio Cisneros Burgos, el secretario de Gobierno de Cuitláhuac García, el cuasi gobernador. Mantenía el control del Congreso desde la presidencia de la Junta de Coordinación Política. Y desde ahí embestía a alcaldes de oposición llevándolos incluso a los tribunales y manteniendo a raya a los de Morena que osaran disentir.
Cinco años disparando sandeces y cometiendo tropelías. Y transpirando soberbia y soltando profecías. Y entre ellas, la más socorrida: Gómez Cazarín, secretario de Gobierno.
La realidad lo noqueó. Rocío Nahle se decantó por Ricardo Ahued Bardahuil, alcalde de Xalapa por segunda ocasión, senador con licencia, ex diputado local y federal, con más de 20 años de experiencia política, conciliador.
Gómez Cazarín es broza. Es rupestre. Usa el lenguaje agresivo, amenazante, altivo, soez, burlón. Es un orco, el maldito que atizaría todo conflicto desde la Secretaría de Gobierno de Veracruz; otro Cisneros empeñado en sembrar minas y hacerlas estallar.
Gómez Cazarín se concibió como el interlocutor natural de Rocío Nahle. Esa es la condición del secretario de Gobierno, el pontífice, el que habla a nombre de… el que resuelve a nombre de… el que escucha a nombre de…
Pero Nahle lo echó de su círculo. Lo usó y lo pateó. Hoy lo ubica en una órbita cercana pero sin facultad para intervenir en el gobierno de Veracruz. Fue un ardid, una treta, y Gómez Cazarín cayó.
Un secretario de Gobierno acuerda con quien ejerce el gobierno, en este caso Rocío Nahle; un delegado de Gobernación –“El Carón”– no tendrá línea directa con la futura presidenta, Claudia Sheinbaum.
El “Carón” tendrá, si acaso, trato con el coordinador de delegados de la Segob. A los delegados ni siquiera los subsecretarios, menos el secretario de Gobernación, les toman la llamada.
Se verá a Gómez Cazarín junto a Claudia Sheinbaum cuando visite Veracruz. Lo mencionará, le sonreirá, le dispensará uno que otro elogio. Es lo que marca el protocolo. Algo de circo y ya.
El secretario de Gobierno detenta el control político de Veracruz. Detecta conflictos y los sofoca. Llama a las partes y saca acuerdos. Traza una línea de diálogo con los partidos políticos, sienta a la mesa a sus dirigentes, diseña reformas legales y las lleva al Congreso. Pasa por él la relación con el Órgano Público Local Electoral y sus efectos.
No hay comparación entre el poder de un secretario de Gobierno estatal y el de un delegado de la Secretaría de Gobernación federal. Uno manda, el otro administra.
El premio a Gómez Cazarín es castigo. Rocío Nahle, como a muchos, a los Robles, a Cisneros, a Cuitláhuac, los usó y los desechó.
Y al “Carón” le dio un espacio, fraguado con Sheinbaum, pero fuera de su gabinete.
Nahle no lo quiso y lo degradó.
POSDATA
Bouzas y Adriana son una oda a la transa y al negocio, a la facturación múltiple, a la censura. Y Rocío Nahle es aferrada y torpe. Quiere vender espejitos a los aborígenes de la costa veracruzana que hace siglos dejaron de existir. Ambos serán los encargados del área de Comunicación en el próximo gobierno estatal –una serpiente de dos cabezas–, y lo que se avizora es un saqueo apocalíptico. Rodolfo Bouzas es el que esquilma el erario de ayuntamientos morenistas con empresas de comunicación fantasma, asociado o siendo la máscara de su tía, Mary Vázquez Guízar, ex vocera de la ex secretaria de Energía, hoy gobernadora electa de Veracruz, Rocío Nahle García. Y Adriana Muñoz Cabrera es otra ficha. Aplica a tal grado la austeridad que cobra en dos nóminas simultáneamente: la de la Secretaría de Energía y la de Radio y Televisión de Veracruz, violando la ley. A eso se suma su proclividad a la censura. La prensa crítica en el aquelarre del obradorismo, está proscrita. Y de cerrarle el micrófono y los espacios, se encarga Adriana Muñoz. Ambos –Fito y Ady– son íconos de la corrupción. Y lo sabe medio Veracruz… Treinta meses después, la esposa de Amado Cruz sigue usando al DIF para sus tropelías. Doña Esther Mortera organiza rifas para beneficio –¡faltaba más!– de Esther Mortera. Revelan los insiders que rifó una bolsa Huser, cuyo costo ronda los mil 500 pesos. Elaboraron 300 boletos con valor de 50 pesos cada uno. Se los entregaron a los empleados del DIF Coatzacoalcos con la consigna de que los compran o los venden. “Ya se la saben”. El negocio fue de 15 mil pesos “y la bolsa es facturada al municipio, o sea todo es ganancia para los bolsillos de la señora”. Y como esa, muchas más, incluyendo el viaje VTP con sus achichincles… ¿Sabrá Nahle que sus allegados en Coatzacoalcos hacen negocio en el Veracruz de los Yunes azules? Dos de ellos fueron los meros pesados con la concesión para rentar gradas en el Carnaval Veracruz 2024. Puede que la gobernadora electa denuncie y fustigue, que acuse que detrás del escándalo de sus mansiones, terrenos y departamentos, estuvo el Clan Yunes. Fue “guerra sucia”, sentenció la zacatecana. Pero sus achichincles salieron volando a Veracruz a concretar el negocio con los Yunes del PAN. Y Nahle en Babilonia…
Foto: Ventanaver