Columba Campillo despertaba a la vida. Un día se fue. Sufrió un secuestro, laceraron su cuerpo, le inyectaron una sustancia y sofocaron su respiración. Dejó de existir, agraviada por el odio, atrapada en la violencia, víctima de una mente criminal y de la impunidad que atiza el delito.
Corría por el malecón de Veracruz, la mañana del miércoles 6. De ahí no se volvería a saber. Se alertó su familia. Movió a amigos. Generó un reacción social, una vez que trascendiera su plagio, se conociera su identidad, se advirtiera que sí, que a sus 16 años, apenas despertaba a la vida.
