Regina Martínez: otro crimen infame

 


* Clima de hostilidad para el periodismo crítico  * Entre sus temas: los 35 ejecutados de Boca del Río; los tuiteros encarcelados, y las finanzas de Veracruz  * Javier Duarte quiso dormir a Julio Scherer  * “No le creemos” al gobierno de Veracruz, le respondió el fundador de Proceso  * Tres puntos le saca López Obrador a Peña Nieto en Coatza

 

Puntillosa, la pluma periodística de Regina Martínez Pérez solía describir al Veracruz traumático, el Veracruz real, el Veracruz injusto, la política sucia, el atropello a la ley, hasta que su vida quedó segada por un hecho irracional de violencia.

 

Murió la madrugada del sábado 28, golpeada en el rostro y el cuerpo, acaso torturada, finalmente asfixiada, presumiblemente estrangulada, en su hogar de Xalapa, desde donde cubría la corresponsalía de la revista Proceso.

Regina Martínez no era una periodista cualquiera. Su información era veraz; su labor, eminentemente profesional; su norma de conducta, irrebatiblemente ética. Tocaba temas a los que muy pocos le entraban. Libre de conciencia, valiente entre valientes, exhibía las lacras del sistema, al gobernador en turno, a los actores políticos y sociales, a quien torciera el camino.

Sus armas fueron los hechos, las voces desoídas, las víctimas del poder. Escribió para ellos y llevó sus historias a las páginas de Proceso y al infinito alcance de la agencia de noticias APRO, como antes lo hiciera para el diario La Jornada, Notiver y e-consulta. A diario le tomaba el pulso a Veracruz. Informaba del abuso policíaco, de narcoejecuciones, de tuiteros encarcelados por el gobierno de Javier Duarte, de alcaldes aprehendidos, de alcaldes suicidados, de corrupción política, de la crisis financiera que agobia al estado, de fraudes electorales y de mil tópicos más.

Regina Martínez suma su muerte a la de otros cuatro periodistas ultimados en el sexenio duartista: Miguel Angel López Velasco, su hijo Misael López Solana; Yolanda Ordaz, los tres del periódico Notiver, y Noel López Olguín, de Noticias, de Acayucan, y La Verdad, editado en Jáltipan, cuyo denominador común es la impunidad.

En términos de Proceso, el crimen de Regina Martínez “solo pudo darse en esa atmósfera de descomposición y hostilidad” que agobia a los medios independientes y a los periodistas críticos. Es el resultado “de un país descompuesto, de una situación de violencia cotidiana en la que los actos extremos no son la excepción sino la regla cotidiana”.

Veracruz es, ciertamente, un lugar hostil para el ejercicio del periodismo. Es el estado mexicano más peligroso para la actividad informativa, según la organización internacional Artículo 19, que monitorea el hostigamiento contra el periodismo.

Incómoda por su línea crítica, Regina Martínez no era bien vista por los hombres del poder. Uno de sus últimos reportajes —la visita del candidato presidencial del PRI, Enrique Peña Nieto, a Veracruz— y el recuadro, bajo la firma de Jenaro Villamil, en que se balconeaba al ex secretario de gobierno y ex procurador, Reynaldo Escobar Pérez, y al ex secretario de Seguridad Pública, Alejandro Montano Guzmán, propiciaron el secuestro de Proceso en Xalapa. A ello se refirió la revista de Julio Scherer García.

“En nuestro caso, son reiterados el secuestro y la compra masiva de ejemplares por parte de quienes se sienten afectados por lo que publicamos”, dijo en su posicionamiento público ante el crimen de Regina.

Veracruz es tierra de nadie para el periodismo crítico. Nada gratuita, esa atmósfera de “descomposición y hostilidad” es fomentada desde las esferas de poder. Su gobernador, Javier Duarte de Ochoa, es repelente a la prensa que lo increpa o lo exhibe por sus frecuentes errores.

Incapaz de cooptar a todos, su gobierno mantiene una escalada contra los periodistas que han incomodado su naciente reinado. Desde el primero día, los ejemplos sobran: encarceló a unos; les fabricó delitos a otros y amagó a muchos más.

A Carlos Jesús Rodríguez, propietario del portal de noticias gobernantes.com le revivió viejas denuncias y un 10 de mayo, hará casi un año, le aplicó la ley. Ya en prisión, fue torturado y, según versiones no desmentidas, violado. Molido a golpes, vomitando sangre, fue trasladado a un hospital particular, a riesgo de que se hubiera muerto en el penal veracruzano de Pacho Viejo.

Ejecutor de aquella faena, fue el entonces procurador Reynaldo Escobar Pérez, hoy candidato “de lujo” del PRI a diputado federal por Xalapa, como suyo fue el encarcelamiento de tuiteros y protagonista del escándalo por el hallazgo de 35 cadáveres en la zona turística de Boca del Río, a quienes imputó, falseando información, vínculos con el narcotráfico. La mayoría eran inocentes, de vida limpia, transparente, no como Reynaldo.

Abusivo del poder, Javier Duarte se ensañó también con dos usuarios de Twitter: María de Jesús Bravo Pagola y Gilberto Martínez Vera, por la difusión errónea de mensajes —no suyos sino tomados de portales de noticas— que hablaban de ataques  a estudiantes por parte del crimen organizado en el puerto de Veracruz. Los acusó de terrorismo y sabotaje equiparado y luego, tras reconocer que carecía de marco legal para procesarlos, dispuso que se legislara para crear el delito de “perturbación del orden público”. Así, falsamente generoso, los dejó ir.

Metió a la cárcel al columnista Jorge Ricárez Manriquez. Su Procuraduría le fabricó el delito de extorsión en agravio del delfín del gobernador, el alcalde de Túxpan, Alberto Silva Ramos, mediante una celada armada en las mazmorras del poder. Luego, en un juicio vertiginoso, se le sentenció.

Duarte es intolerante con los periodistas incómodos. Quiere hundirlos, confinarlos a una celda, verlos tras las rejas, marginados de los medios, así sea mal empleando su poder.

Convulso Veracruz, hostil su ambiente para la prensa de denuncia, la muerte de Regina Martínez es un hecho trágico para la sociedad y para el gremio.

Regina Martínez era contundente, documentada, los hilos de la corrupción en sus manos, la pista del agravio social en sus notas y reportajes.

Tres de ellos, irritantes para el gobierno de Javier Duarte, fueron especialmente reveladores: los 35 ejecutados por el narco en la zona turística de Veracruz y el casi centenar de muertos del régimen duartista; la deuda y crisis financiera y la sospechosa renegociación de 18 mil millones de pesos, así como el pasivo con proveedores y prestadores de servicios, y la utilización de aparato de poder duartista a favor del candidato presidencial Enrique Peña Nieto.

Regina escribió profusamente, siguió la pista periodística de los tuiteros encarcelados; de los alcaldes involucrados en hechos delictivos; de la desaparición de migrantes; de procesos electorales con mil sospechas de fraude, de los 25 millones incautados al gobierno de Veracruz por parte de la Procuraduría General de la República y la sospecha de un desvío de fondos para la campaña presidencial del PRI.

En ese clima hostil para la prensa veracruzana, incontrolable ella para el gobierno duartista, Regina fue asesinada la madrugada del sábado 28. Desaparecieron su computadora lap-top y dos teléfonos celulares. No fue un ataque sexual sino un homicidio grave, previa tortura.

Infame el crimen, no puede quedar impune. No lo puede dejar así el gremio de los periodistas, en el que ella tanto brilló y al que tanto honró.

Por su memoria, se le debe hacer justicia.

 

Archivo muerto

 

Inédito retrato, estampa para el morbo: frente a Javier Duarte, el gober imperfecto de Veracruz, don Julio Scherer García, fundador y propietario de la revista Proceso; su director, Rafael Rodríguez Castañeda, y el subdirector, Salvador Corro, el veterano reportero que siempre cubrió la fuente obrera, temas petroleros y El Búfalo, el narcorrancho de Rafael Caro Quintero. Incisivo, como es él, Scherer reclama por la vida de Regina Martínez, su corresponsal en Veracruz, asesinada la madrugada del sábado 28, en Xalapa. Duarte habla, explica, intenta persuadir con rollo mareador, las manos vacías, los ojos de asombro. La Procuraduría hará su mejor esfuerzo, dice. Compromete su seguridad de que esclarecerá el crimen. “Se investigará hasta las últimas consecuencias”, resume Javier Duarte. Trillada, sobadísima, la frase hipócrita, hueca, cala hondo, irrita. Es tomadura de pelo. Implacable, don Julio le responde: “No le creemos”. ¿Qué habrá pasado por la mente del gobernador de Veracruz en ese instante, frente a él el periodista más respetado de México, uno de los más influyentes a nivel mundial, con la frase “no le creemos”? Proceso pidió tener actuación en la comisión especial que investigará el crimen de Regina Martínez. Jorge Carrasco Arraizaga será los ojos y los oídos de Proceso. Creer que a Julio Scherer se le puede tomar el pelo, es una osadía, don Javier… No ha de dormir Marco César Theurel Cotero con la titánica misión que le ha sido encomendada: hacer ganar al candidato presidencial del PRI, Enrique Peña Nieto, en el distrito de Coatzacoalcos. El Gel Boy llegó a su techo en el sur de Veracruz y viene en caída libre. Hace un mes, en marzo, el Peje López Obrador le aventajaba por 2 puntos en las preferencias electorales en este distrito; hoy ya son 3 puntos y tiende a incrementarse. Theurel, que de operación electoral sabe nada, de alcalde todavía menos, tiene el encargo de evitar la derrota de Peña Nieto o su futuro politico se extinguirá. Así de fácil y así de sombrío. El Peje del PRD, pese a que su República Amorosa es cuento puro, demagogia de campaña, máscara para ocultar sus rencores y frustraciones, sigue siendo un imán para la taquilla electoral. Ya supera al candidato el PRI en Coatzacoalcos y se le despega…

 

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