Dos balas dieron en el cristal izquierdo; dos más en el cofre; otra impactó el parabrisas. De haber traspasado el blindaje, Ciro estaría muerto, destrozado el rostro, el cuello, el tórax. Y se habría electrizado el país. Pero dice Andrés Manuel que la víctima es él.
El sicario no segó la vida de Ciro Gómez Leyva, pero aniquiló la neurona presidencial.
Las balas no dieron en el blanco, pero acorralaron a López Obrador.
No vulneraron el blindaje, pero desnudaron que el odio a los críticos crece.
Las balas dejaron intocado a Ciro, pero hundieron al narciso en el lodazal.
Aquella noche —15 de diciembre—, Ciro Gómez Leyva, figura del periodismo nacional, estuvo a un tris de morir. Dos sicarios, uno al volante, el otro activando el arma, y un vehículo que encajonó al periodista, colocándose delante de él y bajando la velocidad, intentaron concretar el crimen. Y el intento falló.
A eso de las 11 PM dejó las instalaciones de Imagen TV. Concluida la emisión de Imagen Noticias, de la que es conductor, Ciro Gómez Leyva se dirigió a su hogar, ubicado en la colonia Florida, un fraccionamiento de clase media alta al sur de la Ciudad de México.
A 200 metros de su destino, sobre avenida Universidad y calle Hortensia, el automóvil que se colocó delante suyo aminoró la marcha. Tácitamente lo bloqueó. En ese momento, una motocicleta con dos individuos a bordo se le emparejó por el lado izquierdo. Fue el momento crucial.
Gómez Leyva sintió el primer impacto sobre el cristal izquierdo, del lado del conductor. Y uno más. Por instinto, se ladeó hacia su costado derecho, como si se recostara. Alcanzó a escuchar otros impactos. Luego vería dos orificios en el cofre de la camioneta y el rastro de un balazo sobre el parabrisas.
Apenas repuesto, la adrenalina a tope, sabiendo que se hallaba ileso, el periodista condujo la camioneta con dificultad. Se movía lentamente pero avanzaba. Así llegó hasta el condominio donde habita el ex senador priista, ex subsecretario de Gobernación y ex líder nacional del PRI, Manlio Fabio Beltrones Rivera.
Al vigilante que se hallaba en la caseta le informó lo ocurrido. Le dijo que era amigo de Beltrones. Vio los impactos en el vehículo y de inmediato se alzó la pluma e ingresó. Beltrones le dio espacio en su hogar. Desde ahí fue informada la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, y el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana de la capital, Omar García Harfuch.
“Fue un ataque directo”, dijo Ciro. Y en un tuit relató la agresión.
Lo salvó el blindaje. Las dos balas que impactaron el cristal izquierdo eran mortales. El disparo que alcanzó el parabrisas pudo alcanzar su humanidad. Pero no le tocaba morir.
Las balas no ultimaron a Ciro. Hirieron políticamente a Andrés Manuel.
Las balas no tocaron al periodista. Sólo llevaron al paredón a López Obrador.
No traspasaron el blindaje del vehículo. Quebraron, en cambio, la coraza de espinas en que se envuelve el agitador.
Lengua floja, López Obrador ha sido hiriente con la prensa crítica, ácido con los que discrepan, con los que evidencian las malas cuentas de la pandemia; el baño de sangre de la política de “abrazos (a los narcos), no balazos”, incluida la liberación del junior capo Ovidio Guzmán; o la vida fifí del trivago mayor, José Ramón López Beltrán (la Casa Gris, el nexo con Baker-Hughes), el hijo del presidente aspirando a ser como los hijos de Porfirio Díaz, o las corruptelas de Bartlett, Nahle, Esquer, Ovalle, Zoé, May, o la obsesión por destruir el sistema electoral, o la militarización.
Un día antes del atentado —diciembre 14—, el mesiánico le vació el hígado a Ciro Gómez Leyva. “Imagínense si nada más escucha uno a Ciro —dijo— o a Loret de Mola o a Sarmiento, no pues es hasta dañino hasta para la salud. Si los escucha uno mucho le puede salir a uno un tumor en el cerebro”.
La analogía es infame. Los tumores deben ser extirpados. Ciro, pues, debe ser extirpado. ¿El sicario lo entendió?
López Obrador no tripulaba la motocicleta. No jaló el gatillo. No lanzó los disparos. No ordenó el ataque. Su pecado fue cortar la leña, prenderle fuego y atizar la hoguera. Y se quemó.
No es culpable directo pero lleva cuatro años armando un escenario de linchamiento. El ambiente tenso, violento, lo creó Andrés Manuel. Y la hostilidad en redes sociales. Y los insultos de la secta, la furia, la ira, el agravio, la difamación, la descalificación. La demencia de los fieles en su máxima expresión. Diría Raymundo Riva Palacio, “el clima también mata, presidente”.
Hablador empedernido, no hay mañanera en que no embista con el mote de la “prensa inmunda”, la que sirve al prianismo, medios chayoteros, intelectuales orgánicos, críticos con intereses en la derecha, conservadores y mil bravuconadas más.
Y la recua secunda al pastor, atizando el encono, diseminando la perorata demencial. “Nunca dijeron nada”, “callaron como momias”, “chayoteros inmundos”.
La hoguera crece en proporción a las crisis de Andrés Manuel. Ataca cada vez que la prensa lo acribilla. Los reportajes lo enloquecen, las opiniones lo desquician. Y reacciona con violencia verbal. Es el vómito del poder.
Lleva cuatro años en la fallida tarea de alinear a los medios, de someterlos, recurriendo a la calumnia, a la descalificación, trepado en el atril, usando el aparato de gobierno, los recursos públicos, los reflectores. Y al final, así se envalentone, la prensa crítica lo vuelve a apalear.
“Si se pasan, ya saben lo que sucede”, dijo en una de sus diatribas. “Pero no soy yo, es la gente”.
Implícita, la amenaza prendió alarmas. Era abril de 2019. Llevaba cinco meses en el poder. “Si se pasan, ya saben lo que sucede”. Y con Ciro Gómez Leyva sucedió.
Artículo 19, la organización no gubernamental que documenta agresiones a periodistas, reaccionó:
“El mensaje que está dando el presidente es una autorización y una instigación para realizar cualquier ataque u hostigamiento contra los periodistas”.
Pero López Obrador continuó. Y los fieles de la secta, igual.
“La sección de comentarios —dice Bloomberg— en las transmisiones en YouTube de las conferencias de prensa presidenciales es una catarata de insultos dirigidos a los periodistas que toman el micrófono. Se les acusa de recibir sobornos, ser irrespetuosos o cosas peores. Los comentarios contra reporteras tienden a mostrar un sesgo de género. Se les llama ‘putas’ o ‘perras’ o se burlan de ellas por no usar maquillaje y en ocasiones se les denigra con referencias a actos sexuales”.
Aquella noche, Ciro Gómez Leyva pudo salir ileso, pero Andrés Manuel no. Ciro la libró; López Obrador cargó con la sospecha. El escenario de odio, el ataque verbal, la difamación y el lodo a granel, se le revirtió. Y volvió al agravio.
“No descarto que la agresión contra Ciro se trate de un autoatentado, que alguien hizo para afectar al gobierno”.
Y apuntó:
“Cuando planteo lo de Ciro, de que pudo ser un autoatentado, no porque él se lo haya fabricado, sino porque alguien lo hizo para afectarnos a nosotros. No lo descarto”.
O sea, los sicarios van por Ciro Gómez Leyva pero la víctima es López Obrador.
Prende el fuego, incendia el bosque, crea la hoguera para hacer arder a la prensa y cuando se perpetra un atentado la víctima no es el periodista, es Andrés Manuel.
Y así, día a día, año tras año, hasta sumar más de 40 asesinatos de comunicadores, 15 de ellos en 2022, reiterando que México es el país más peligroso para el ejercer el periodismo.
De ahí que 180 periodistas lo increpen, le demanden cesar el hostigamiento, el infundio y la infamia, el odio, la difamación, la convocatoria a la violencia contra comunicadores. Dijeron:
“De no autocontrolarse el presidente López Obrador en sus impulsos de ira hacia periodistas críticos, el país entrará en una etapa aún más sangrienta que ya han experimentado otros países latinoamericanos: asesinar periodistas para desestabilizar al gobierno, o matar en pago de favores al gobierno”.
Y López Obrador volvió a atacar.
Las balas no ultimaron a Ciro, pero exhibieron la bajeza de Andrés Manuel.
Las balas no traspasaron el blindaje; destrozaron a la Cuarta Putrefacción.
Las balas no mataron a Ciro. Sólo mostraron al narciso en el lodazal.
Pero el villano dice que la víctima es él.
Archivo muerto
Ahí va Carranza, el fardo al hombro, con su estela de corrupción. Ahí se ve a Víctor Carranza Rosaldo, desenfadado, cuando su ayuntamiento es el peor de la historia de Coatzacoalcos, embarrado en corruptelas, obras entregadas a un pull de contratistas, el pequeño club de Pepe Peña y Miguel Pintos, uno marido de la secretaria de Energía, Rocío Nahle, y el otro cometiendo todo tipo de tropelías desde la Secretaría del ayuntamiento, incluyendo el escandaloso caso del acta de cabildo falsa, usada para despojar a Ember Ballinas de sus derechos sobre dos canchas de pasto sintético en el malogrado Parque Deportivo Miguel Hidalgo. Treinta millones observados por el Órgano de Fiscalización Superior del Estado de Veracruz en la cuenta pública 2021, remataron la faena. Carranza Rosaldo fue el capitán en jefe de la nave insignia de la corrupción morenista, de uña afilada, cola larga y cinismo mayor. Y aún así, se dejó ver en el primer informe de labores del alcalde Amado Cruz Malpica, como aquel que hace de las suyas y lo sale a presumir, sabiendo que a los integrantes del Cártel de Zacatecas en Veracruz la ley no los toca. Lo alcanza, en cambio, el repudio, la condena social, la repulsa de los originarios y adoptivos de Coatzacoalcos, que lo vieron desgobernar, bailar, tirarse al piso cual vil bufón, mientras la violencia, el sadismo, la crueldad de los sicarios, de los narcos y la delincuencia levantaban a sus víctimas y las entregaban fragmentadas. Carranza, con su indiferencia, terminó de matar la inversión en Coatzacoalcos. Y hoy hay que verlo pasearse como si hubiera gobernado con tantita dignidad… Primero Dos Bocas, luego, si acaso, Veracruz. Van dos veces que Rocío Nahle brilla por su ausencia. Primero, cuando su patrón, el célebre mesiánico oriundo de Tepetitán, Tabasco, la dejó fuera de su elenco en su última visita a Veracruz. Y si no entendió la falta de invitación, Andrés Manuel dejó claro que aún no la veía como candidata, guardándola para cuando sean los tiempos, si es que para la zacatecana aún hay tiempo electoral. La segunda ausencia fue en el informe del alcalde de Coatzacoalcos, Amado Cruz Malpica. En su feudo, del que se hizo matrona con la venia del ex presidente municipal, Marcelo Montiel, y sus pandilleros de cabecera, no se le vio. La extrañaron sus peones, los que deambulan en palacio y en la estructura municipal donde echan todo a perder. Cesará la ausencia cuando Dos Bocas termine de armarse, pegando tubos y válvulas, disponiendo de un sistema de generación de energía propia y, sobre todo, evitando que al menor aguacero Dos Bocas se transforme en la alberca que tanto ha dado de qué hablar. Primero a sacar la chamba que para eso se le paga, luego a pedalearle antes que la yunista Patricia Lobeira, el alcalde de Xalapa, Ricardo Ahued, y hasta el tal Gutierritos la dejen atrás en la encuesta y pongan fin al delirio de que una zacatecana del mero Río Grande venga a gobernar Veracruz… ¿Cuál es ese afán desmedido de Cuitláhuac García de tener cerca a Manuel Fernández Olivares, “El Pámpano”? No es que el secretario técnico de la Fiscalía de Veracruz acuda a las mesas para la supuesta reconstrucción de la paz por capricho de su jefa, Verónica Hernández Giadáns, la fiscal espuria. Su presencia es una exigencia del gobernador. Salen sobrando los indicios de favores y enredos del “Pámpano” con líderes zetas, según consta en actas. Cuitláhuac lo quiere ahí y ahí está. Hay voces de la Fiscalía de Veracruz que afirman que si por la fiscal espuria fuera, El Pámpano estaría relevado de toda función. Peor si la información que se comparte en la mesa para la paz la aportan jefes militares y navales y tiene que ver con operativos contra el crimen organizado. Tácitamente, la delincuencia estará enterada a primera hora de la mañana. Al gobernador Cuitláhuac García nada le importa. Lo que lo mueve es tener a Manuel Fernández Olivares a tiro de piedra. Aunque la seguridad nacional se vea vulnerada…
Fotos: Expansión, Forbes, Diario del Sur